lunes, 30 de enero de 2012

Estigma


        







        Sobre sus pupilas había quedado flotando la imagen del fuego abrazando cada estigma. Embriagado aún por el sabor de los manjares degustados en la noche, el extranjero andalusí la vio abandonar su lecho. Contemplaba cómo el roce de su piel había teñido su propio cuerpo de aquel naranja intenso, y deseó llevar consigo el origen de su descubrimiento. Nunca olvidaría a la esclava que prendía en su pelo la flor del azafrán y el secreto de su oro rojo.

martes, 10 de enero de 2012

La mano que te empuja





Abrió la puerta muy despacio y contuvo la respiración. Percibió un inconfundible olor a rancio que se colaba por sus fosas nasales estrechando el paso de su ya seca garganta. Por un instante, el pánico la paralizó a punto de hacerla volver sobre sus pasos; pero una inesperada descarga de adrenalina masacró inmisericorde cualquier atisbo de duda. Ignoró el vértigo inicial y, con las manos húmedas, se adentró en aquella sala de muebles viejos y polvo acumulado. Los libros se apilaban en estanterías y, sobre la mesa de escritorio, montones de papeles amenazaban con deslizarse hasta el suelo delatando la presencia de una intrusa.

Si descubrían que había entrado en aquel lugar prohibido... Le resultaba difícil orientarse allí dentro. La intensidad con la que su pulso bombeaba la sangre hacia sus sienes apenas le dejaba ver con claridad. Y aquel maldito ruido ensordecedor… Le llevó unos segundos comprobar que el sonido venía subiendo desde su pecho, llevando el latido de su corazón hasta el interior de su cerebro. Debía ser el miedo. Un miedo cerval que volvía a paralizarla. Intentó alejar por un segundo aquella sensación de ahogo que mantenía su estómago pegado al diafragma y bloqueaba sus reflejos. Lo suficiente para permitir que sus pies se movieran hacia aquella delgada carpeta gris que había localizado en una esquina de la mesa. Estaba cerca. Solo necesitaba conocer los secretos que escondía  en su interior. Un calor abrasador subía por su cuello encendiendo su rostro. Un minuto. Solo necesitaba un minuto. Quizás demasiado tiempo. El pomo de la puerta ya había empezado a girar.

Miró su reflejo en los cristales para recomponerse un poco. Nunca antes había saltado por una ventana. El instinto de supervivencia a veces te abre caminos impensables en un estado de buena salud mental. Sin daños importantes que lamentar, se dirigió hacia la parte de atrás del edificio. Allí estaba él, esperándola.

“El Tratado de Versalles y la Revolución Industrial”.

Él la besó con intensidad, premiando su osadía. Sin duda había merecido la pena. Decididamente, no sería la última vez que robara las preguntas de un examen.




De la frase de El Cuentacuentos: "Abrió la puerta muy despacio y contuvo la respiración".