domingo, 30 de noviembre de 2014

Deshilachando verdades

                                   

Alguien ha empezado a tirar del hilo y ha deshecho una esquina del pañuelo de papá, manchado de carmín. Mamá ha seguido estirando de la hebra para borrar las lágrimas que vertió sobre él cuando lo encontró.
Ahora es una pequeña madeja en mis manos, que desearía hacer desaparecer. Solo Ulises, nuestro gato, parece desconocer el embrollo que guarda su nuevo ovillo. 


sábado, 29 de noviembre de 2014

El otro ejército













—A la tercera, va la vencida —murmura el Diablo desde las sombras. Sabe que una guerra siempre conduce las almas a la oscuridad. Esta vez serán todas.
La primera bomba silba en el cielo. Los ángeles negros encienden sus candiles.

viernes, 28 de noviembre de 2014

Aprendiz de sastre




Acompáñeme sin miedo, señorita. Subiendo por esta escalera, encontrará el curioso taller. Pase, pase y vea trabajar al artista. No se deje intimidar por el nauseabundo olor de la sala, ni por los arañazos que surcan las paredes, adornadas de uñas esmaltadas. Preste atención al ágil movimiento de sus dedos huesudos y delgados, como los de un pianista. Las manos son delicadas, y sus movimientos, precisos.
Siento cómo cada puntada la hipnotiza, invitándola a acercarse un poco más. ¿Lo ve? Hilvana un precioso vestido nupcial con su aguja de trasmallo; la recia punta se hunde firme sobre el tierno maniquí. Bien es cierto que, descabezado, pierde el efecto delicioso de una novia, pero los gritos agónicos distraían a nuestro genio. Ahí lo tiene, la sutil seda salpicada de rojo se adapta al talle como un guante.
Y ahora, contemple cómo el maestro enseña su obra al rostro de ojos asombrados que oscila bajo la suave cabellera. Pero venga, no tiemble, túmbese aquí y deje que el creador se recree en su figura. Encontrará el más fino diseño para su apetecible cuerpo. Lamentablemente no puedo quitarle aún la mordaza, ha de estar callada cuando la ensarte con la afilada estaca; requiero concentrar toda mi fuerza. Abra las piernas, no se resista, el empalado ha de ser perfecto para mantener su cuerpo erguido. ¡No! , joven, no cierre los ojos, los necesito abiertos.
Esta vez el maniquí será completo, no dejaré que su bella testa se balancee sobre el tronco. Ya calculé su altura y su peso, aguantará bien en esta base. Estará muy hermosa con su vestido nuevo. ¿No lo cree así? Discúlpeme un segundo; nos observan.    
Sí, usted, no se oculte tras las líneas que ahora lee. Sea bienvenido, ¿o debería decir bienvenida? La penumbra me impide definir sus facciones. ¡Pero espere!, no se vaya, siga leyendo; deme unos minutos para culminar mi tarea. Permanezca ahí, en silencio, disfrutando con el corazón agitado. En seguida le atiendo.

Publicado en Antología “ Calabacines en el ático. Grand Guignol” de Ediciones Saco de Huesos.

jueves, 27 de noviembre de 2014

Amigos íntimos


Mientras yo llenaba nuestras copas de vino, tú te dedicabas a cocinar. Aproveché aquella oportuna invitación a cenar para decirte que me casaba. Debías ser la primera en saberlo. En plena exaltación de la amistad besé tus mejillas, y el sabor de tu piel en mis labios me hizo buscar tus ojos. 
―Maldita cebolla  ―murmuraste. 
Entonces comprendí. 

miércoles, 26 de noviembre de 2014

Segundas partes...


El Titanic II esperaba en el puerto, indiferente a los malos augurios. Quien decidió ponerle nombre a aquel mastodonte marino sabía que solo los menos supersticiosos osarían emprender ese viaje. Tendrían que alcanzar un destino que había quedado varado en el tiempo. Algunos, como Miguel, pretendían demostrarse a sí mismos que existían las segundas oportunidades con final feliz. Su matrimonio, esa frágil nave que había zarpado diez años atrás, hacía agua, y estaba a punto de irse a pique.
Con la esperanza de poder reflotar la pasión perdida, decidió ofrecerle a su desencantada esposa una metáfora de su propia vida en forma de pasajes de embarque. Eligió un camarote con el día de su aniversario, un once de mayo grabado en su memoria como el más feliz de su existencia y, como un adolescente enamorado, esperó en la habitación a que ella llegara. 
Nunca lo hizo. Nadie la vio descender por la pasarela y abandonar el barco; pero es imposible ignorar que los acontecimientos siempre van encadenados y, mientras una profunda grieta rasgaba el corazón de uno de los pasajeros, un fallo de soldadura abría una descomunal vía de agua en la bodega del transatlántico.

martes, 25 de noviembre de 2014

Abriendo caminos


La ciudad despertó, lentamente, con legañas en las ventanas. Sus habitantes tardaron un poco más en bajar de la cama, y lo hicieron con la típica crisis de cerebro matutina. Todo parecía correctamente cotidiano, y habría sido un día más, sin pena ni gloria, de no ser por el ligero temblor que hizo inclinarse todas las casas de manera inusual.
Al principio,  vivir dentro de aquel peculiar reloj resultaba emocionante: con el transcurrir del tiempo, las calles iban cambiando su recorrido sin orden ni concierto, apareciendo nuevos caminos hacia  el colegio, la iglesia o el hospital.  Llegar a ellos resultaba toda una aventura porque nunca estaban en el mismo lugar donde habían quedado el día anterior.
Nadie recordaba cómo habían ido a parar dentro de aquel sinuoso recipiente de cristal, de modo que, simplemente, prefirieron pensar que siempre había sido así. A esas alturas, ya se habían acostumbrado a las extrañas oscilaciones del terreno. El único ciudadano que parecía inquietarse por el continuo descenso del nivel del suelo era el más anciano de esta singular comunidad.
Se decía que había sobrevivido a la última tormenta de arena,  y que contaba con tantos años como la propia ciudad. Pasaba las horas sentado frente a la transparente pared, expectante. De cuando en cuando, dibujaba líneas en el cristal con pintura de colores que, desde lejos, parecían conformar una larga escala que subía hacia la enorme cúpula sobre sus cabezas.
Aquella mañana, el paisaje dentro del reloj era alarmantemente distinto. Las cuestas se mostraban peligrosamente empinadas, y una delgada capa de arena blanca empezaba a deslizarse sobre los adoquines, desde la periferia hacia el mismo centro de la ciudad. Todos se dirigieron intrigados hacia la plaza principal, intentando descubrir el origen de tal fenómeno.
Fue entonces cuando la imponente fuente de piedra, que se alzaba en medio de ellos, desapareció de improviso, engullida por un silencioso remolino de arena. Atónitos ante semejante prodigio, comenzaron a retroceder a toda velocidad; esfuerzo que resultó completamente inútil, ya que, uno tras otro, se fueron precipitando por el inesperado embudo.  
Cayó una farola, después un puesto de helados y, tras este, el ayuntamiento. Al final, la ciudad entera fue tragada por el sospechoso agujero. El último en descender fue el viejo observador, que se deslizó por el ancho cuello de botella como si de un tobogán se tratara.
Cuando los desconcertados vecinos lograron abrirse paso bajo las dunas,  descubrieron el maremágnum en el que se había convertido su pequeño universo y, por primera vez, se percataron de que su libre albedrío había sido solo un espejismo.
—Bueno –dijo alguien–, el tiempo parece haberse detenido. Ahora que estamos aquí abajo,  podemos reconstruirlo todo sin el riesgo de volver a caer.
–Vivimos en un reloj de arena –dijo el anciano, exasperado–. Nuestro tiempo se ha agotado.  ¿Es que no lo veis?
Entonces se dieron cuenta de la gravedad de sus palabras. La terrible tormenta de arena, de la que hablaban los  libros antiguos, llegaría para poner su mundo del revés. Asustados e incapaces de reaccionar, los habitantes decidieron continuar haciendo lo que habían hecho desde el principio de los tiempos: sentarse a esperar que los acontecimientos se sucedieran mientras aguardaban el fatídico desenlace con absoluta resignación. 
Todos, excepto el eterno vigía,  que parecía decidido a sublevarse contra aquel aciago destino, desprovisto de libertad. Dicen que lo vieron caminar hacia las afueras con un martillo en la mano. Después del estrépito de cristales rotos, nunca más supieron de él. El resto aún espera un final que nunca llega.


         Finalista en el III Certamen Literario “El Secreter”.


lunes, 24 de noviembre de 2014

Selección natural


Buceo desde la zona abisal hasta la superficie. Al contacto con el aire, las agallas se cierran, y mis atrofiados pulmones me provocan un desagradable dolor en el pecho. Tuve suerte de que la explosión me alcanzara sumergido a mucha profundidad. La radiación en el fondo marino transformó mi cuerpo y me convirtió en este ser mutado. En tierra, la vida humana ha sobrevivido a los estragos que la radioactividad ha provocado en sus cuerpos.
Pruebo suerte durante unos interminables minutos. Desde que la fauna marina desapareció de aguas poco profundas, apenas he visto humanos cerca de aquí. Es una mujer. Un antiguo recuerdo, parecido al deseo, despierta mis instintos. Nado, acechándola silencioso; una presa fácil que termino arrastrando conmigo.
La cercanía de su cuerpo aleja,  por primera vez en muchos años, la punzada de la soledad, pero un pinchazo aún más intenso en el estómago me recuerda que, en este abismo donde habito, apenas quedan seres vivos para alimentarme. Y estoy hambriento.

Finalista en el V Certamen  de Microcuentos Fantasti’cs. 


domingo, 23 de noviembre de 2014

Monopoly


Cuando el cañón consiga levantar un imperio en el nombre de Alá, todas las almas deberán pagar un alto precio. Las del purgatorio esperarán a que Dios lance los dados para recuperar su territorio.
Nadie se percata nunca del intenso olor a azufre que llega de la banca. 

sábado, 22 de noviembre de 2014

Mi hermana menor



Se me hace difícil verla en la pantalla, con la melena suelta, unas botas altas de charol  y una minifalda de esas que dan vértigo. Mis amigos miran embobados la película, mientras yo no puedo evitar una punzada en el estómago cuando empieza a enseñar sus vergüenzas. Sin sus pestañas postizas y esos rabillos que se pinta en los ojos, vuelve a tener veintiún años. 
—No seas antiguo —me dice ya en casa, enfundada en su pijama de franela—. Estamos en los setenta, y España está cambiando.
Me entran ganas de decirle que, mientras el país se libera, los hombres siguen presos de los mismos instintos; pero, ahora, visualizarlos solo cuesta una peseta.