jueves, 31 de diciembre de 2015

Reparar un corazón


La tela es delicada y hermosa. Su creadora trabaja sin descanso, hasta que una granizada la rasga sin piedad. Se balancea prendida de un frágil hilo, pero en seguida reanuda la tarea. Cuando cese la tormenta, el rocío ocultará el remiendo. Ese será el punto más fuerte de la telaraña.

martes, 29 de diciembre de 2015

Invisible


              Cuando fueron en mi busca para la cena, no me encontraron. A punto de darme todos por perdido, el mayor de mis nietos exclamó: «¡Aquí está el abuelo!»
Quién me mandaría a mí levantarme de mi sillón y sentarme en otro lado.

lunes, 28 de diciembre de 2015

Si las piedras hablaran




Esta noche los recios muros del callejón se templan con besos clandestinos, mientras dormitan las palabras en la vieja librería. El paso del tiempo ha barrido la sobriedad bajo los adoquines, y las persianas a medio subir parpadean con rubor ante semejante descaro. Una pareja regresa al bullicio de la calle bajo la atenta mirada de la luna. Ella lleva en los labios una promesa de amor. Él, un recuerdo del lugar al que nunca llega el ocaso.


domingo, 27 de diciembre de 2015

Mensaje en una galleta


       
    Juan difuminó en su memoria el sabor de unas fechas entrañables, y la vida llenó su corazón de ausencias que se desbordaban cada veinticuatro de diciembre. Si un destello del pasado surgía en forma de parabién, encendía la televisión para empaparse de las injusticias que azotaban la humanidad. Mas los hombres saben mucho de dolor y poco de fe.
Cuando conoció a Sofía, el mundo se volvió más amable, y decidió entregarle toda su existencia. Pero seguía aislándose en esa época especial, mientras ella permanecía fiel a sus tradiciones. Sin embargo, siempre se respetaron su manera de sentir.
En su aniversario, él le regaló un cachorro de labrador.
―¿Dejarás que le ponga el nombre?
―Es tuyo.
―¿Seguro?
―¡Te lo juro por mi honor! ―respondió, riendo.
―Entonces se llamará Navidad.
Jamás imaginó que, en pleno agosto, su mujer osaría llamar así al animal; pero le había dado su palabra. Se pasó el verano invocando la odiada festividad en sus paseos, ante la atónita mirada de la gente.
Dos años más tarde, Sofía enfermó. Al llegar la noche más difícil, ella le besó con amor, acarició el lomo de su perro, y los dejó perdidos en una absoluta oscuridad. Esa Nochebuena, cuando el frío arreciaba, el interior de Juan empezó a congelarse. Navidad se levantó de su rincón para templar los pies de su nuevo amo. El calor ascendente despertó las nostalgias, que hicieron regresar a su esposa horneando aquellas galletas de jengibre que él siempre se negó a probar. Se encaminó despacio hacia la cocina en busca de harina y huevos.
―Vamos ―confortó al animal―. Nada muere del todo, y tú eres la señal que me ha dejado para darle vida a mis recuerdos. Hoy la necesitamos cerca.
Esa noche, una luz diferente brilló en sus ojos.

domingo, 20 de diciembre de 2015

Estaba escrito


         
           En la ciudad de los expulsados, todos poseen alguna marca que los identifica: la huella de una mordedura de un perro en la muñeca, un arañazo en el rostro de una mano desesperada; incluso heridas aún abiertas en los nudillos por los golpes que asestaron. Pero la mayoría de ellos porta una señal indeleble que trasciende la piel, bajo un corazón oscuro y pétreo: la vergüenza de haber sido rechazados por quienes viven al otro lado de la frontera. Finalmente, se cumplió la profecía.
Las mujeres que se aferraban a las correas de sus defensores de cuatro patas como a la propia vida, dejaron de hacerlo; los gritos que clamaban auxilio encontraron otras voces que acudieron a la llamada, y las personas de bien lograron romper el silencio cómplice y alzaron el rostro para acusar a los feroces criminales. Cesó el miedo, y la luz se abrió paso.
No hubo héroes, ni nuevas leyes, ni siquiera una fuerza sobrenatural que hiciera reaccionar a las víctimas.  Fueron los niños los que pronunciaron el primer «No».  Con palabras frágiles y miradas llenas de preguntas interpelaron al mundo. Ninguno de sus congéneres les contestó; solo la vida les dio respuestas dejándolos crecer y ser hombres y mujeres de verdad. Se convirtieron, con su valor, en escudos de sus madres y hermanas, de sus amigas y vecinas, y todas ellas aprendieron a vestirse con el espíritu de la dignidad. Ningún puño encendido volvió a rozar el cuerpo de una mujer.
Los despreciados fueron exiliados de la sociedad, condenados a mostrar su estigma. Y solo a veces, muy de tarde en tarde, algún chiquillo consigue cruzar movido por la curiosidad y, apenado, les deja una caricia o una sonrisa transparente. Nadie sabe que esa añoranza que despierta en ellos es ahora su peor destierro.


sábado, 19 de diciembre de 2015

La estación del olvido




Un guiño del destino me permitió compartir con mi abuela Carmen el camino hacia la universidad. Coincidíamos en el trayecto hasta su mercería en Teatinos, y llenaba aquel vagón con sus historias. Retazos de su vida traían el sonido de las olas hasta la misma estación y, mientras cruzábamos las entrañas de la tierra, sus recuerdos dibujaban un mar que bañaba toda mi infancia. Tiempo después, la enfermedad del olvido atrapó su memoria.
A veces, voy a buscarla para volver a viajar juntos  y, aunque ella no comprende nada, le devuelvo con besos todas las palabras que me regaló. 

Accésit I Certamen de Microrrelatos "100 palabras en el metro", convocado por el Metro de Málaga.

viernes, 18 de diciembre de 2015

El jardín



Amado esposo:

Nunca debí pedirte que abrieras las puertas del jardín abandonado. Durante estos días sin ti, una oscura sombra se ha instalado en nuestro hogar. Algo crece entre las ramas de los árboles, y se adentra en el camino de madreselva de ese laberinto: un veneno de maldad que se alimenta con el alma de nuestra hija. No es ella; sus pupilas se han dilatado, y su mirada es extraña y sombría, casi cruel. Ayer, hallamos al cachorro de labrador ahogado en el pozo. Mientras lo sacaban, ella se mantuvo indiferente.
Alicia vuelve allí cada tarde y, si intento detenerla, me golpea con una fuerza inusual. Hoy, con una voz dulce y desconocida que me erizó la piel, me pidió que la acompañara. Me he negado, aterrada. Mas debo ir presta. Puedo verla desde la ventana. Lleva al pequeño Samuel entre sus brazos.
Finalmente sabré qué la está devorando.

Seleccionado y publicado en la Antología del I Concurso de Microrrelatos de Terror en honor de Gustavo Adolfo Bécquer y sus Leyendas, de Hipujo Libros.

sábado, 5 de diciembre de 2015

Silencio, la Reina duerme




El calor de la noche prende llamas en la frente de Isabel. Ni siquiera la frescura de la ribera alivia los muros del Alcázar. En junio, Córdoba no entiende de realeza. Un desvelo interrumpe su sueño, mas no lo causan ni las demandas del genovés ni las tribulaciones de Granada. Lo que amenaza su cordura es el incesante golpeteo de una rueda de molino. Al amanecer, no se despierta muy católica, y ordena desmontar la noria que abastece de agua los jardines.
Mientras la arboleda sufre la escasez, Su Majestad considera que el agua, según para qué usos, está sobrevalorada.

Finalista en el III Certamen de Microrrelatos de Historia “Francisco Gijón”, y publicado en la “Antología de Microrrelatos de Historia 2015”, de Ediciones ML.

domingo, 29 de noviembre de 2015

Amiga invisible

¿Recuerdas el día en que bañaste a tu muñeca de cartón? Su cuerpo se hinchó y tu mamá te compró otra mucho más bonita. El agua está templada; ya puedes meterlo. Cuando el bebé deje de llorar, será el momento de decirles que tú lo que querías era una hermanita. Así las dos tendremos lo que deseábamos para jugar.

Ganador del III Certamen de Microrrelatos Fantásticos y de Terror de Sants.

sábado, 17 de octubre de 2015

La estrella sobre el desierto




En Afganistán sopla un viento de arena que te recuerda lo inhóspito de esta tierra. Solo el contacto virtual con mi mujer y el pequeño Lucas,  a través de la pantalla del ordenador,  me hace saber que existe una calidez diferente a seis mil kilómetros de aquí. Esos instantes de paz saben a besos; y el futuro, a los días de diciembre que vienen  llenos de ausencia.
Soy un médico parapetado tras una coraza militar y me esfuerzo en mantenerme sobrio ante el dolor ajeno. Pero lo que veo en medio de este conflicto me debilita día a día. Hoy  una mina ha estallado bajo los pies de un chico, y lo han traído aquí. Esto no es un hospital civil, nosotros solo atendemos soldados; pero era eso,  o dejarlo morir.
Esta noche, mientras la mitad del planeta se llena de luces y parabienes,  yo estoy en un quirófano intentando salvar una vida. Y por primera vez, de la manera más inesperada, he visto renacer la esperanza en los ojos de un niño.

Ganador del III Concurso Nacional “Tono Escobedo” de Relatos Breves en la categoría “Caridad”, y publicado en el libro “Las siete virtudes de la Humanidad”, de la editorial “Defoto Libros”.

viernes, 9 de octubre de 2015

Exhibicionismo


Se desnudó en hora punta, y mostró impúdicamente sus vergüenzas en busca de una morbosa excitación. El precio de su descaro: treinta mil euros.
Medio país piensa que la cantidad es desmesurada. El otro medio se da tortas por ser contratado en ese programa.

jueves, 8 de octubre de 2015

Los estados del alma




No me viste marchar. Era el sol quien, a escondidas, espiaba mis paseos por la playa cuando tú no mirabas. Acarició mi piel durante largas horas, y yo me dejé querer. Ignoraba cuán ardiente podía ser su abrazo en las tardes de verano. El calor evaporó de mi cuerpo miles de gotas y, finalmente, derritió mi asombrado espíritu sobre las olas del mar. Sé que me buscaste sin descanso, pero te fue imposible seguir mi rastro. Me volví invisible y salada, y durante mucho tiempo me entregué resignada al vaivén de las mareas.
A veces, la resaca era demasiado fuerte y me estrellaba contra los acantilados. Aprendí a ceder al oleaje, pero mi indómita naturaleza se rebelaba formando remolinos sobre la superficie. Finalmente, cesó la resistencia y quedé completamente diluida. Mientras empapaba los salientes rocosos, fui testigo del naufragio de las naves más imponentes. Cantos hipnóticos inundaban el aire y hacían saltar a los marineros por la borda en busca de extrañas melodías. Creí verte entre los humanos de piel tostada que sucumbían sin recelo al reclamo de aquellas voces. Deseé en secreto mutar en una de esas diosas marinas, cazadoras de almas, para ser de nuevo el objeto de una mirada hechizada; pero no eras tú, y me resigné a mostrarme como un simple puñado de lágrimas.
Cansada de mi suerte, regresaba cada estío a la costa, añorando mi forma anterior, y burbujeaba impotente e irritada por tan injusto destino. Supe que aún seguía bajo el influjo de mi impasible verdugo cuando, atrapada por la intensidad de su fuego, me elevó en una húmeda ráfaga de vapor. No estaba preparada para ser una nube, pero, cuando tienes todo el cielo para flotar, es fácil acostumbrarse a la libertad. Llegué tan alto que las corrientes de aire me arrastraron sin control, y de este modo descubrí que viajar demasiado rápido me producía vértigo. No me importó, porque para entonces ya sabía que la velocidad me volvía más liviana y blanca, y me acercaba un poco más al astro que había transformado mi esencia.
Había empezado a olvidar que una vez pertenecí a tu mundo y eras tú quien me hacía volar. Me cobijé bajo otros rayos, que proyectaban mi enorme contorno sobre los campos; yo crecía impulsada por su luz, y él difuminaba mi sombra en el crepúsculo. Al desaparecer con la noche, la tristeza me invadía y me tornaba gris y pequeña. Esperaba impaciente los minúsculos guiños que me dejaba sobre la luna, como un padre protector. Odiaba los días sombríos del otoño, en los que las señales se perdían al amanecer. Confundida, iba a buscar el abrigo de otros nimbos, en tan irascible estado que era imposible no ver el resplandor de mis propios relámpagos.
La tarde del eclipse dormitaba en cielo raso. Una fría ventisca me atravesó y me hizo descender. Aquella inmensa luna se había interpuesto entre el sol y yo, robándole sus últimos vestigios de luz. Entonces descubrí la criatura que planeaba sobre su escoba. Su embrujo dominaba el tiempo y convocaba a su estirpe al aquelarre. En el claro del bosque que se abría bajo mi etérea silueta, vislumbré el oscuro ritual que tenía lugar en una alfombra de hojas secas. Las brujas perpetuaban su especie cabalgando sobre fuertes vikingos, que yacían encadenados al efecto de sus pociones. El brillo de sus ojos reflejaba que el deleite recibido bien valía el sacrificio de pagar con sus vidas.
La reminiscencia de antiguos placeres me devolvió el deseo de tus caricias y me arrancó una fragilidad olvidada. Me sentí tan vulnerable, que mi interior se rompió en gruesas gotas de lluvia y me dejó expuesta a los gélidos vientos que iban en dirección a las montañas. Un brusco soplo invernal me fue deshaciendo en pequeños copos que me depositaron lentamente sobre una ladera. Me quedé petrificada e inmóvil, atrapada en la nívea espesura. Aquel no era un buen lugar para pasar el invierno: la soledad siempre termina congelando hasta los pensamientos más pequeños.
Nada podría romper el brillante fragmento de hielo en el que me había convertido; nada, salvo las aspas del veloz carruaje que me hizo añicos. El trineo de la Dama de las Nieves me lanzó sobre su capa, y ese manto empapado de tundra que la cubría, me tornó escarcha. En el silencio del trayecto percibí su anhelo voraz de calor humano, y la acompañé en su oscuro peregrinar en busca de incautos viajeros; expertos montañeros que, al cruzarse con el espíritu más hermoso, paralizaban sus pies y entregaban decididos su voluntad a cambio de un beso. Un regalo que todos ansiaban obtener y que se transformaba en una astilla helada capaz de atravesar el corazón.
Así fue como el más ardiente de los hombres se desplomó congelado junto a mí, y su ya tenue aliento me trajo el recuerdo de tus labios. Desperté de mi letargo. Su última exhalación me deshizo en apenas un capilar de fluido transparente, que goteó pendiente abajo. Una enorme telaraña líquida unió sus hilos a mi camino, acelerando el recorrido y, sin apenas darme cuenta, entré en el frenético descenso de una cascada de deshielo. La travesía fue una carrera a ciegas, un éxodo desde la cima hasta el centro de la tierra. Me filtraba por profundas grietas, en continuos giros, horadando espacios imposibles. Mi estado no cambió, pero extrañé ese oxígeno que solía llenar mis pulmones cuando era humana. Al fin pude intuir el tibio suelo que me cubría y viré mi rumbo hacia el exterior.
Abstraída del tiempo y la distancia, me reclamó la claridad. Mansa y limpia, broté en el centro de un manantial. Los verdes se expandían borrosos a través de mis ondulaciones, las mismas que dibujaban los guijarros lanzados por las ninfas que custodiaban el lugar. Nadie osaba acercarse al frescor que emanaba de mi nueva morada. Ellas dormitaban sobre los helechos hasta que, con el equinoccio, llegó la visita que esperaban: un jinete que cada primavera se dejaba el último aliento para beber el mágico elixir de la fuente. Solo entonces entendí por qué me sentía tan viva. La eternidad impregnaba cada una de mis moléculas. Las ondinas se enredaban en su armadura deteniendo sus pasos e impedían, feroces, que robara la inmortalidad prohibida a los hombres. Su caída me hizo salpicarle el rostro, y el contacto con su piel me estremeció.
Fue entonces cuando, al fin, la calma me convirtió en un límpido cristal y me hallé abrazando tu reflejo. Te encontré de rodillas, contemplando tu imagen sobre mi superficie. Y murmuraste mi nombre. Al rozar tu boca mi efímero existir, me sentí capaz de condensar cada una de las emociones contenidas en tu ausencia y, con el más intenso deseo, rogué al sol que me entregara tangible a tus manos. No hubo magia ni hechizos para volver a ti como una diosa. El ciclo se cerró, devolviéndome a mi naturaleza primigenia: solo agua y sentimiento. Una simple mujer.

Seleccionado para su publicación en la Antología del IV Concurso de Relato Corto “Plazuela de los Carros”, de la Asociación Cultural de Torralbilla (Zaragoza).


martes, 6 de octubre de 2015

Maestro de Lengua





Por la manera en que vienes hacia mí y, ante mi complaciente actitud, sé que acabarás mordiendo con voracidad desde mi cuello hasta mis labios. Contra la pared, so pretexto de no caer, adentras tus ágiles manos entre mis muslos, excitándome mediante suaves caricias. Sin aliento, y bajo tu atenta mirada, cabalgo como una amazona sobre tus caderas durante intensos minutos. En pleno estallido de placer, cedo al éxtasis de tus expertas embestidas. Tras el goce de nuestros cuerpos a compás, suplico una nueva lección para afianzar conceptos. Tú me susurras que cabe la posibilidad, en pro de un mejor aprendizaje, de repasar según qué preposiciones indecentes.


Seleccionado y publicado en la II Antología “La petite mort”, de Carpa de Sueños.

miércoles, 30 de septiembre de 2015

Después





Se observaba desnuda frente al espejo, cuando una punzada en el estómago la hizo estremecer. «Miedo escénico», pensó.
Él volvió a llamarla desde el dormitorio; parecía impaciente.
―Nada ha cambiado para mí ―le había dicho―, puedes estar convencida de eso.
Pero seguía sumergida en aquella inseguridad que le paralizaba los pies y le aceleraba el pulso. Al llegar a su lado, él sonreía expectante.
―Solo dime qué necesitas, amor. Haré lo que me pidas ―insistió.
Abrió el primer cajón del armario y buscó su  foulard de seda. Quería sentirse cómoda y saber que no habría en su mirada ni un solo destello de rechazo.
―Con los ojos vendados ―rogó.
Él soltó una carcajada de felicidad y se lo retiró de las manos.
―Siempre me han gustado tus juegos en la cama ―susurró, anudándole con destreza el pañuelo alrededor de la cabeza.
―Cariño, creo que no...
Un beso en los labios cortó la frase antes de que ella pudiera sacarlo de su error. Entonces comprendió que, en realidad, no importaba. Todo sería como antes.

Seleccionado y publicado en la Antología “Cáncer de mama”, de la Editorial Talento Comunicación.

lunes, 28 de septiembre de 2015

La nueva Babilonia




Nunca había percibido los distintos matices que tiene la lluvia. En esta ciudad, las finas gotas quedan prendidas en una espesa niebla y se depositan en mi ropa con tal disimulo que, cuando empiezo a sentir la humedad, ya estoy calada hasta los huesos. Al final decido cubrirme, y el sol, con su fino humor británico, me hace un guiño entre las nubes y me deja sola con mi paraguas atravesando la densa marea de trajes grises que van hacia la City.
El Big Ben tañe advirtiendo que en hora punta es mejor buscar un lugar tranquilo donde encontrar el anonimato para los que huyen o, tal vez, de los que solo quieren aprender inglés. Las ardillas de Saint James no hablan idiomas, pero son lo bastante listas como para conseguir lo que desean derrochando simpatía a cambio de avellanas. Tampoco se asustan ante el familiar sonido de charanga con ínfulas marciales que llega desde el palacio en días alternos. Londres toma aire de sus parques, y mantiene sus dispares distritos funcionando a pleno pulmón.
El muffin de arándanos no fue suficiente, y el hambre me sugiere salir en busca de la civilización, pero nadie me avisó de que a Babel se llega tras un viaje en metro y que, al alcanzar la superficie, el mundo se convierte en una vorágine de etnias, culturas y religiones. Me he enamorado de este lugar, donde los neones marcan el inicio de un barrio que, como un grito de caza, alimenta el estómago con Fish and Chips y el espíritu con viejas librerías. Antes de entrar en el Soho, me giro para confirmarle al brillante Cupido, que se erige en Piccadilly Circus, que ya ha cumplido su misión.
La vida fluye en cada esquina, a ambos lados del meridiano, y yo me sumerjo en sus entrañas esperando descubrir un nuevo pálpito en sus calles al emerger. Así me encuentro atrapada en el mercadillo de Portobello, curioseando en su atmósfera bohemia, y donde la tarde se mantiene bulliciosa hasta que un viejo reloj, en una pequeña tienda de antigüedades, detiene sus agujas. Son las cinco en punto, hora del té. La urbe se pausa en secreto solo para los que conviven con el Támesis desde siglos atrás, mientras para el resto de los mortales sigue el ritmo cosmopolita de la modernidad. Decido obviar tan principal ceremonia y postergar mi cita con la infusión.
Tras una ventana de Baker Street, Holmes menea la cabeza ante tal impuntualidad. Pero es que, intentando devorar cada minuto, no quiero detener mis pasos. Siento curiosidad por conocer el color de la noche de la ciudad que nunca duerme. Espero sobrevivir a este reto, siempre que, claro está, antes de cruzar una avenida, no olvide mirar a mi derecha.

jueves, 17 de septiembre de 2015

El tatuaje




Del poderoso hechizo de la mandrágora me habla esta mágica planta que se dibuja en su piel. Lamo las hojas que se yerguen frescas sobre sus pechos y se despierta mi voracidad en el palpitar narcótico de sus gemidos. Es hambre de su carne la que empapa mi boca con la savia que prometen sus labios, y el veneno de su cuerpo se inyecta en la yema de los dedos haciendo arder mis manos en el descenso.
Oscilan las raíces indelebles en la curva de sus caderas y se adentran serpenteantes entre sus muslos. Muerdo febril, una y otra vez, la manzana del amor, condenando al exilio la razón en pos del placer más sublime. Ella jadea apremiando la deconstrucción del mortal fruto, en perfecta armonía con mis movimientos. El éxtasis lleva a término la poción.
Mas ni ella resultó ser tal bruja, ni yo tan inocente víctima.

Seleccionado y publicado en la II Antología de Relatos Eróticos de la Editorial Talento Comunicación.

miércoles, 16 de septiembre de 2015

Córdoba






Al sur de la antigua Hispania, existe una ciudad que solo es visible durante nueve meses al año. Al llegar el verano, un sol implacable despierta con sus rayos a un dragón que habita en el Sáhara. Su hambre voraz levanta montañas de arena y seca los oasis. El enorme reptil inicia su vuelo hacia el viejo continente hasta alcanzar la legendaria urbe, engullendo a su paso caminos, arboledas y casas. Dicen que brota fuego de sus fauces, calcinando las pocas aves que osan cruzar el límpido cielo, y que, al rozar la piedra de los adoquines, transforma las calles en un espejismo. Tras la estela de su ardiente aliento, surge una bóveda brumosa que cubre los campos, desde la espesa sierra hasta la vega, ocultando a ojos extraños todo cuanto queda bajo ella.
Así permanece la bestia durante el estío, alimentando su insaciable apetito bajo los arcos de un puente indestructible. Algunos ingenuos forasteros se atreven a desafiar la sofocante atmósfera y logran penetrar en su interior para comprobar la existencia de semejante monstruo, mas huyen despavoridos al contemplar cómo las estatuas de bronce que se erigían en las plazas han tornado en charcos oscuros a los pies del pedestal. Cuenta la leyenda que, durante estos meses inauditos, la vida se esfuma igual que se evaporan las aguas del río, y que el viento lame los muros de las iglesias, derritiendo los campanarios. En este lugar sin tiempo, el reloj del Ayuntamiento se detuvo a las seis y media de la tarde, cuando las fláccidas agujas se desplomaron, incapaces de seguir girando.
Pero el secreto mejor guardado se esconde bajo las sombras de las fachadas. Mientras el mundo ora en misa de réquiem por una ciudad muerta, sus habitantes sobreviven en un letargo aprendido con los siglos. Ya no temen a la fiera que les invade y abrasa cada rincón, pues su piel guarda memoria de ataques del pasado y han aprendido a vencer las embestidas del calor.
Los niños curten su piel y transpiran como las escamas de ese diablo, pues encontraron en su trato la mejor escuela. Cuando el dragón agita sus alas esparciendo llamaradas, cierran puertas y ventanas, y pausan sus quehaceres. Los más jóvenes, inmunes a sus dentelladas, recorren las aceras, indiferentes a los rugidos, y alimentan su propia fortaleza friendo huevos y asando carne sobre los bancos de metal del parque; y, si los aventajados alumnos se sienten desfallecer, recurren a pócimas secretas de rojas hortalizas que deleitan paladares en forma de frescas cremas. Los más sabios, valerosos guerreros donde los haya, acompasan su respiración con los resoplidos humeantes del animal en obligada siesta para sosegarlo, y este, en un mantra de ronquidos, acaba enroscando su cuerpo y ofreciendo la ansiada tregua.
Así, al llegar la noche, la población abandona sus refugios y se lanza a las calles para empapar de granizados el ambiente; y, si el áspero ser se revuelve en sus pesadillas dejando escapar infernales bocanadas, todos acuden a las improvisadas aguas termales de las fuentes para encontrar el sueño que a veces no llega. Al fin, cuando el siroco cambia su rumbo y el otoño sopla tímido en las secas hojas de los árboles, el dragón emprende su regreso al desierto. Mas nadie se confía en exceso con la retirada. Como buenos aprendices de sus costumbres, saben que gusta de remolonear en su despedida, y no es la primera vez que con uno de sus últimos bufidos hace madurar los membrillos de la campiña. Solo los ancianos siguen su rastro con la vista en el horizonte, sabedores de que el próximo año volverá aún más hambriento.

viernes, 4 de septiembre de 2015

1912





Contaba el abuelo que contemplar por primera vez aquel espectacular monoplano cruzando el cielo fue una de las experiencias más emocionantes de su vida. Después de observar al célebre aviador francés hacer semejantes piruetas con su Blériot para inaugurar la feria, pensó que ninguno de los acontecimientos que iban a tener lugar ese día podría estar a la altura. Ni siquiera el multitudinario estreno del nuevo quiosco que el Ayuntamiento había mandado construir en el círculo interior del recinto, y que reemplazaría al anterior, que era desmontable. Tampoco la venta de "Llanero", el semental con más solera de la finca de su padre, por unas buenas pesetas.
Sin embargo, al caer la tarde, pudo comprobar que el verdadero éxtasis aéreo llegaría después de una invitación a barquillos y de un paseo junto a la chica más bonita de Albacete. El beso de la abuela hizo que sus pies se elevaran a medio metro del suelo. Dicen quienes la conocían que, teniendo en cuenta la dificultad de esa conquista, aquello sí que fue una verdadera proeza.

Finalista en el III Certamen de Microrrelatos “Sucedió en la Feria”, del Club de Escritura “La Biblioteca”, de Albacete.

martes, 25 de agosto de 2015

Carta del Prior de San Martín de Tours, en Frómista del Camino, a su Abad del Monasterio de San Zoilo, en Carrión de los Condes




Mi muy querido reverendo Padre Bernardo:

Como bien sabéis, son duros los tiempos que corren en nuestro pequeño Priorato de San Martín y, lejos mi intención de importunaros con demanda alguna, he de informaros que la sopa de ajo que constituye nuestra dieta ha empezado a tornar las caras de mis monjes en el susodicho ingrediente. Por esta razón, como prior de este convento, me dirijo a vuestra paternidad en solicitud de consentimiento para lo que confío mejorará algo más que nuestra circulación sanguínea. Ya que de vos depende el bienestar de esta comunidad, siempre atenta a la fiel observancia de los dictados que desde su monasterio nos llegan, ruego le dediquéis unos minutos a ponderar esta idea nacida del ingenio, pues el hambre obliga.
Hemos tenido noticia de los acontecimientos ocurridos hace unos días en la Abadía de San Isidoro de León. Relatan que dos viajeros jacobeos, asombrados por la muchedumbre de peregrinos que esperaban en la Puerta del Perdón, se mofaron de aquellos que buscaban ser absueltos de sus pecados cruzando el umbral. Dispuestos a demostrar la ineficacia redentora de este acto, osaron pasar desprovistos de toda espiritualidad. Semejante sacrilegio ocasionó un hecho fantástico, generando estupor en quienes lo presenciaron. Parece ser que las cabezas de león y de oso del tímpano, que mostraban una actitud pacífica tal y como Maese Esteban las esculpió, giraron el cuello con fiereza emitiendo atroces rugidos. Según tengo entendido, llevan días los fieles ante la fachada, orando para deshacer tal encantamiento y conseguir que ambas figuras retornen a su forma original, sin éxito alguno.
He de deciros, reverendo Padre Abad, que en un principio la historia me pareció uno de tantos cuentos del Camino que traspasan nuestros muros, pero he podido averiguar que, desde ese día, las visitas al lugar se han multiplicado, no tanto por el perdón que ansían alcanzar los peregrinos, como por la infinita curiosidad de quienes llegan hasta allí, aumentando con ello los donativos recibidos.
Pues bien, llegados a este punto, os traslado sin demora mi ruego, que no es otro que mudar la entrada a nuestra iglesia desde el lado oeste al lado norte. Decidido a emprender una campaña contra la precariedad que nos azota, me propongo incrementar, tal como en San Isidoro, el interés por nuestro templo. Bien sabéis que el pórtico principal carece de todo ornato, mas este otro que os indico goza de dos flamantes capiteles bien nutridos de peculiares figuras. Tal es así, que el de la derecha, que muestra una alegoría de la lujuria y la avaricia, bien podría servirnos para nuestro plan.
Entienda V.P. que no pretendo llamar a engaño a ningún feligrés, pero ya os hago partícipe de que el hermano Saturio se embelesa en la contemplación de estos dos pecados capitales y, si bien el avaro aún no ha cambiado su postura, la mujer cuyos senos son mordidos por dos serpientes empieza a cruzar miradas obscenas con nuestro fraile. No sabría decir si tal alucinación es fruto del ayuno forzado, o de un fenómeno tan extraño como el leonés, pero puedo aseverar que ha corrido la voz por el pueblo, y ya son doce los paisanos que se sientan junto a él cada tarde esperando participar de esta visión. Por tal razón, considere vuestra paternidad la conveniencia de aprovechar de manera inmediata la confluencia de todos estos acontecimientos, y modificar con celeridad el acceso a San Martín.

Vuestro fiel Fray Everardo.



Ganador del III Concurso “Románico Digital” de la Fundación Santa María la Real del Patrimonio Histórico.

domingo, 2 de agosto de 2015

Aforismo


        La indiferencia es irreversible: si dejas que talen un árbol de tu bosque, podrás regalarle un puente al río, pero ya no recuperarás su paisaje.


Seleccionado y publicado en la Antología de Aforismos, de Ediciones de Letras.

viernes, 31 de julio de 2015

Contemplación




Nací en el norte, y mi vida fue un viaje de descenso para descubrir los parajes más hermosos. Heredé de mi madre su pasión por la botánica y de mi padre la paciencia para aguardar acontecimientos; así, aprendiendo la cambiante naturaleza de los árboles, esperaba hallar mi verdad.
La encontré en el alma de una mujer, a la sombra de un haya, en un bosque europeo. Allí eché raíces y me convertí en un fuerte roble. Mis brazos, como ramas, columpiaron a los hijos que llegaron, y permanecí atento a las estaciones. Pero el viento trajo voces de modernidad y se convirtió en huracán, tornando gris el paisaje. El mundo cambiaba alzando muros de indiferencia y la llamada del sur regresó.
Volví a ser nómada y retomé la ruta abandonada, junto a los míos. Cruzamos el mar buscando extensas llanuras y altas montañas, tras las señales del sol y de la tierra árida. Encontré el final del camino a los pies de un baobab. Mi familia contemplaba atónita aquella especie, que parecía sembrada cabeza abajo dejando al aire sus raíces.
―¿Por qué está del revés? ―preguntó mi hijo pequeño.
―Ya ni los árboles desean ver lo que estamos haciendo con nuestro mundo y se esconden como un avestruz ―bromeó mi esposa.
Solo al llegar la noche y observar el firmamento estrellado, entendí la razón de sus palabras. La mano del hombre lo había alcanzado todo. Era el momento de mirar al cielo y elevar una plegaria.


Seleccionado y publicado en la III Antología “Purorrelato”, de Casa África


miércoles, 22 de julio de 2015

Inmersión cromática




Cada noche, el pintor y su musa yacen juntos. Rendidos al deseo, anudan sus cuerpos y sacian el hambre atrasada con besos. Cuando el cansancio apacigua la pasión y reclama el justo descanso, entrelazan sus manos y se entregan a Morfeo. Él abandona veloz la vigilia, atrapado en un canto de sirena que lo arrastra mar adentro. Reconoce la llamada y cede con docilidad al mundo azul de sus sueños.
El océano es un lienzo nocturno, cambiante como las mareas; y los colores fugitivos de su paleta son ahora peces que mordisquean los lóbulos de sus orejas y enredan su pelo. Sonríe, extasiado, al descubrir la plata virginal de la luna sobre el agua y aprende sus matices. Todo gira en bucle en el vaivén de las olas, uniendo cielo y tierra en una mezcla imposible de claroscuros.
El artista extiende sus yemas de pincel y dibuja sobre el firmamento estrellas fugaces que descienden en cada trazo, siguiendo la estela de sus dedos. Al fin, cuando el silencio se cubre de un manto oscuro, una joven prende una hoguera en el borde del acantilado y, al parpadeo de su intensa luz escarlata, él emerge de las aguas. El calor del fuego templa sus miembros entumecidos y asciende hasta sus labios. Ella recibe su despertar con un beso.
―¿Viste mi señal? ―murmura con una caricia.
Él asiente, y es que, después de cada viaje en busca de su arco iris, siempre necesita reencontrarse con su verdadera inspiración.
―Sabes que siento debilidad por los rojos ―responde, sonriendo.

Seleccionado y publicado en la Antología “Sueños”, de Ojos Verdes Ediciones.

jueves, 9 de julio de 2015

Vientos de guerra




Por segunda vez en lo que va de noche, llora. Es un gemido mortal que quiebra su superficie y se hace llanto al rozar el aire. Al fin, allá abajo, su llamada se torna visible. Un chiquillo alza su dedo señalándola. La Luna parpadea ante la atónita mirada de los niños que juegan en el oasis. Unos dicen que el siroco levantó la arena y llegó hasta su enorme ojo; otros, que la sombra de la Tierra nubló su vista con un liviano velo azul. Ellos no entienden de señales, pero se emocionan cada vez que el cielo les regala alguna distracción. Cuando de nuevo aparece redonda y brillante, la normalidad regresa a la cúpula estrellada, y un viento frío invita a la chiquillería a entrar en las tiendas.
Desde hace unos días el aire ya no huele a dátiles maduros, y arrastra remolinos densos de tierra oscura que nadie acierta a interpretar. El más anciano del poblado contempla cada noche el diálogo susurrante entre el desierto y su faro celeste, y observa con inquietud cómo va menguando su luz. Una lágrima púrpura ha descendido veloz como una estrella fugaz, dibujando una trayectoria extraña en el firmamento. Ha abierto una profunda y negra grieta, por la que se precipitan infinitos granos dorados. El acuoso meteorito ha penetrado raudo hacia el núcleo incandescente, invisible a ojos ajenos, y se ha evaporado en su interior.
El viejo beduino de piel curtida y pies gastados por mil viajes tiembla en un escalofrío y siente que el mundo empieza a ser menos cálido. Mira arriba con preocupación, y una súplica se alza por encima del tiempo y del espacio en una lengua ya olvidada. No hay respuesta. Ni siquiera el alba enfrenta las sombras que avanzan silenciosas bajo la vigía nocturna. La Luna se rinde. Obediente a su ciclo, va dejando caer su inmenso párpado como un telón entre las dunas y, cuando la oscuridad se convierte en certeza sobre el Sáhara, una segunda lágrima de sal se precipita desde el cielo, contaminando el único manantial que les garantiza la vida. El hombre de piel de pergamino mira al horizonte, y comprende que algo está sucediendo al otro lado de las montañas. La noche más oscura está por llegar.

Finalista en el II Premio Literario de Cuento Corto “Madrid Sky”

miércoles, 8 de julio de 2015

La nodriza




      Las xanas encontramos una niña a los pies de nuestro árbol madre. Una criatura abandonada por su especie, que la centenaria haya adoptó y entregó a nuestro cuidado. Creció en destrezas, adaptando las plantas de sus pies a las fuertes raíces de su inmóvil progenitora, y enredó sus oscuros cabellos en las ramas que ascendían buscando la luz. Mil veces se precipitó desde improvisados lechos, y en esas caídas su sangre y la savia se iban mezclando hasta convertirla en una criatura del bosque; un ser mágico desposeído de alas, que fue instruida en los dulces cantos de sus hermanas.
Caminaba sobre el agua, sostenida por nuestras manos, y aprendió con rapidez las trampas de nuestros juegos amorosos en el esperado solsticio. Siempre pensé que su presencia entre nosotras sería más castigo que dicha, pues, mientras seguíamos esperando anhelantes un amor que rompiera nuestro hechizo y nos volviera mortales, ella ya había escogido a su caballero y abría sus verdaderas alas para volar lejos. Estaba equivocada. Cada primavera regresa para amamantar a nuestros hijos y devolvernos el don de la vida.

martes, 7 de julio de 2015

Hambre




Una vez tuvimos una mascota. Luisa la acarició, Miguel la alimentó con acelgas y papá la desnucó. A mí solo me dio tiempo a ponerle el nombre: conejo con patatas.

lunes, 6 de julio de 2015

Fe

           


      Se sabían condenados a existencias separadas. Estaba escrito en la estrellas y en las líneas de su mano. Mientras marchaba, contempló una mariposa intentando escapar de una telaraña y pensó cuán inútil era luchar contra el destino. Siguió caminando, cuando un revoloteo lo detuvo. Sonrió, y regresó a buscarla.


domingo, 5 de julio de 2015

Alkímya






Conozco un lugar donde se atesoran las nostalgias de historias antiguas. Regreso aquí a diario para entender la ensoñación que me guía hasta esta figura: un ciervo de bronce con boca de pez que parece percibir mi proximidad. Su exterior ya no devuelve los reflejos que lo cubrían, siglos atrás, cuando el agua lo salpicaba mostrándolo al mundo como un delicioso surtidor. Por alguna razón llevo su forma dibujada en mis palmas y el tacto del metal tatuado en mi memoria.
Al caer la noche, paseo en sueños por desconocidas callejas, y el sonido de una fuente me conduce hasta un jardín cuajado de naranjos, junto a un palacio. Bebo del líquido que mana de uno de los cérvidos de este venero y, al apoyar mi mano, percibo el delicado grabado. Me siento sobre el mármol que los sostiene, y espero.
Despierto al amanecer con la certeza de que alguien acudió a mi encuentro, y vuelvo a este museo en busca de las respuestas que la vigilia me roba; pero el impasible animal de bronce me niega una verdad que nunca llega.
Perdida la mirada en esa búsqueda, una visión me envuelve hasta hacer desaparecer la sala. El grueso vidrio se ha transformado en una celosía y, al otro lado, un joven de tez oscura trabaja con su buril. Reconozco este taller; recuerdo haber deambulado por él en sueños, pero entonces no podía sentir los aromas de las especias. El chico que labra las hojas sobre el lomo del ciervo levanta la mirada y me sonríe. Nos conocemos. El fuerte latido de mi corazón me lo ha revelado.
El mundo se me antoja una falacia de horas inciertas. Cuando me adentro de nuevo en la inconsciencia de este sopor nocturno, desciendo desde el salón califal en su busca. Adoro esta fuente y al ciervo que ornamenta el fluir de sus aguas. Esa es su obra. Después de mil preguntas, al fin puedo tocar sus manos y entregarle mis besos. Y, por primera vez, siento esta vida como algo tangible.
El tiempo transcurre lento en la vigilia. Añoro los momentos de irrealidad perdidos en algún lugar del pasado, porque su magia propicia mis encuentros con él. Por esa razón acudo al museo en horas cada vez más tempranas a buscar el hechizo de la figura tallada y ver brotar el manantial que cada noche calma mi sed.
Hoy, con los ojos clavados en su boca, la visión me ha estremecido. La primera gota surge teñida de un intenso carmesí, y las paredes se desploman convertidas en una cortina de humo que me transporta hasta el salón oriental.
Escucho escondida el eco de la voz iracunda del Califa, que planifica su venganza contra el ingrato súbdito que ha osado poner su mirada en la princesa. Una verdad se derrama sobre mí empapando cada una de mis células. Salima es mi nombre.
El terror me paraliza y provoca un chasquido en mi cabeza que me devuelve al mundo real. Tiemblo mientras conduzco a casa y, con la vista puesta en la sierra, contemplo angustiada las ruinas de la antigua medina.
Un somnífero abre la puerta que mi corazón desbocado mantiene cerrada. Debo cruzar al otro lado y alcanzarlo antes de que lo hagan ellos. Avanzo hasta nuestro rincón secreto y detengo mis pies, cuando el primer trozo de cielo se desploma sobre mí. Él está allí. Ha acudido, como cada noche, al reclamo de mis besos. El dolor de la escena me quiebra las piernas.
El cuerpo de guardia ya le ha hecho prisionero y lo mantiene maniatado y de rodillas. Me mira con el valor inundando sus ojos, mientras los míos vierten lágrimas de desesperación. Apenas un parpadeo, una promesa de amor eterno, y la cimitarra cae sin piedad sobre el cuello del hombre que amo.

Ahora nada puede calmar el desconsuelo que me invade y me quema por dentro. No regresan las ensoñaciones que me devuelven a mi existencia anterior. El corazón sabe lo que mis pensamientos niegan, y es que este amor habrá de esperar otra vida para que mi espíritu se reencarne. No importa cuántos siglos hayan de pasar. La mágica figura de cobre sobrevivirá al paso del tiempo y, de nuevo, acudiré a su llamada.