martes, 16 de junio de 2015

Uvas con queso




Vine al mundo junto a una vid, una tarde de cosecha. Mi padre me dio un apellido de rancio abolengo, y mi madre unos ojos verdes como aquella fruta que recogían los temporeros. Crecí llena de virtud, vigilada por institutrices que me educaron para mantenerme firme en el cortejo, cuando mi cuerpo candoroso se transformó en el objeto de las miradas de atrevidos caballeros. Mientras mi pudor esperaba paciente la recompensa del amor verdadero, mis mejillas se arrebolaban al paso de los jóvenes braceros que trabajaban el viñedo. Madre entendió mis inquietudes y me entregó la receta para sosegar mi agitación. Me preparaba para mi paseo diario un racimo de uvas frescas y un pedazo de queso y, como anunciando el secreto de un hechizo, me susurraba: "Saben a beso".
No probé jamás manjar más sabroso, y durante mucho tiempo deleité mi paladar con tan acertado sustituto. Pero quiso el destino que una tarde de verano olvidara las viandas y me tropezara con el hijo del capataz. No narraré lo que entonces aconteció, mas  confieso que aquel día se quedó sobre la mesa de la cocina, además de mi merienda,  la mentira piadosa de mi madre.
          
Ganador del I Concurso de Microrrelatos de Ojos Verdes Ediciones