Sobre sus pupilas había quedado flotando la imagen del fuego abrazando cada estigma. Embriagado aún por el sabor de los manjares degustados en la noche, el extranjero andalusí la vio abandonar su lecho. Contemplaba cómo el roce de su piel había teñido su propio cuerpo de aquel naranja intenso, y deseó llevar consigo el origen de su descubrimiento. Nunca olvidaría a la esclava que prendía en su pelo la flor del azafrán y el secreto de su oro rojo.
Se desliza el alma en la húmeda espesura, en el juego del tiempo muerto y la mente esquiva. Entra en este jardín secreto, de caminos y veredas dormidas. Este es el lugar donde trepan los sueños y se enredan los silencios de madreselvas y orquídeas. Ven al jardín de las mil palabras y la lengua muda; en su fresca penumbra te espero, sueño y vivo.
lunes, 30 de enero de 2012
martes, 10 de enero de 2012
La mano que te empuja
Abrió la puerta muy
despacio y contuvo la respiración. Percibió un inconfundible olor a rancio que
se colaba por sus fosas nasales estrechando el paso de su ya seca garganta. Por
un instante, el pánico la paralizó a punto de hacerla volver sobre sus pasos;
pero una inesperada descarga de adrenalina masacró inmisericorde cualquier
atisbo de duda. Ignoró el vértigo inicial y, con las manos húmedas, se adentró
en aquella sala de muebles viejos y polvo acumulado. Los libros se apilaban en
estanterías y, sobre la mesa de escritorio, montones de papeles amenazaban con
deslizarse hasta el suelo delatando la presencia de una intrusa.
Si descubrían que
había entrado en aquel lugar prohibido... Le resultaba difícil
orientarse allí dentro. La intensidad con la que su pulso bombeaba la sangre
hacia sus sienes apenas le dejaba ver con claridad. Y aquel maldito ruido
ensordecedor… Le llevó unos segundos comprobar que el sonido venía subiendo
desde su pecho, llevando el latido de su corazón hasta el interior de su
cerebro. Debía ser el miedo. Un miedo cerval que volvía a paralizarla.
Intentó alejar por un segundo aquella sensación de ahogo que mantenía su
estómago pegado al diafragma y bloqueaba sus reflejos. Lo suficiente para
permitir que sus pies se movieran hacia aquella delgada carpeta gris que
había localizado en una esquina de la mesa. Estaba cerca. Solo necesitaba
conocer los secretos que escondía en su interior. Un calor abrasador
subía por su cuello encendiendo su rostro. Un minuto. Solo necesitaba un
minuto. Quizás demasiado tiempo. El pomo de la puerta ya había empezado a
girar.
Miró su reflejo en los
cristales para recomponerse un poco. Nunca antes había saltado por una ventana.
El instinto de supervivencia a veces te abre caminos impensables en un estado
de buena salud mental. Sin daños importantes que lamentar, se dirigió hacia la
parte de atrás del edificio. Allí estaba él, esperándola.
“El Tratado de Versalles y la Revolución Industrial”.
Él la besó con
intensidad, premiando su osadía. Sin duda había merecido la pena.
Decididamente, no sería la última vez que robara las preguntas de un examen.
De la frase de El Cuentacuentos:
"Abrió la puerta muy despacio y contuvo la respiración".
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