jueves, 31 de diciembre de 2020

Alquimia


En Sanlúcar, justo en el lugar donde el río se vuelve mar, el sol convierte en plata todo lo que toca. Por eso se enciende la luz en la piel de los chiquillos de tez morena que en las tardes de agosto juegan en la playa a esperar que Febo suelte los caballos de su carroza. El dios, a cambio de una copa de manzanilla y una tortillita de camarones, se reconcilia con los hombres y deja que jinetes y amazonas monten los purasangres.

El galope de los cascos hace saltar los ocres y la espuma en un crisol de arena que a veces se fija a fuego en los ojos de sus gentes.

Dicen que en una de las carreras al joven Curro le cayó una mijilla de furia andaluza en las pupilas, y desde entonces pasea su ceguera y su guitarra por Bajo de Guía, donde las señoritas de buena familia pierden el pudor y maceran su amor de verano.

 

miércoles, 30 de diciembre de 2020

Cosas pendientes

 


Ya estoy en casa. Tan cansada que soy incapaz de buscar las zapatillas que siempre coloco bajo la cama, y que alguien movió de ahí. Enfadada por seguir cruzándome con él por el pasillo y encontrar solo su silencio e indiferencia. Demasiado asustada para preguntarle si todavía me ama, si el frío que se ha instalado en nuestro hogar también congela sus pensamientos. Sé que no debería demorar más la conversación que dejamos a medias antes de mi viaje. Le diré que aún le quiero.

Lo haré cuando duerma a los niños y se siente a llorar frente a mi fotografía. Como cada noche.


martes, 29 de diciembre de 2020

La forastera

 


Mientras chirrían tus arrugadas costuras de bronce, tañes sin pausa con tu lengua de metal. Acallas así los murmullos de los vecinos cuando la ven cruzar la plaza. Apartan la mirada y cierran puertas y ventanas, dejando los bancos del pueblo huérfanos de ancianos. El alcalde sabe que ha venido para quedarse más tiempo del acostumbrado, y le tiembla el pulso al revisar el padrón.

Solo tú sigues tocando a réquiem a modo de bienvenida. Dicen que la Parca gusta del sonido de las campanas y de los años bisiestos.


lunes, 28 de diciembre de 2020

Criaturas del Señor

 



Que vengan por fin a rescatarte, antes de que mi aspiradora se atasque con tantas plumas. Me da no sé qué verte ahí con las alas pinchadas en el corcho, pero prefiero que sean los niños los que te liberen cuando regresen del colegio. Tienen que darse cuenta del daño que hacen. Cuando apareciste anoche, en plena oscuridad, nos asustamos muchísimo, y ellos han sido siempre muy cafres. Está claro que en algo hemos fallado con su educación.

No me mires así, que tu jefe ya debía haber previsto que mis diablillos nunca harían migas con un ángel de la guarda.


lunes, 21 de diciembre de 2020

Casi

 


Se miraron como quien contempla su propio reflejo, con el tiempo suspendido en las pupilas y mil preguntas en la mente. Nadie más podía haber sido tentado así, en aquel lugar y de aquella manera. A punto de rozarse el pensamiento, una pequeña mano tiró de Silvia en dirección contraria. «Mamá, corre, papá ya ha llegado con el coche».

Ambos esquivaron suavemente las palabras, para proseguir caminos distintos.


miércoles, 21 de octubre de 2020

Carrozas y calabazas

 


Nunca repite cliente, aunque siempre es el mismo ritual obsceno el que lacera su cuerpo. Dinero por sexo para saciar el placer ajeno. Cada noche se quita la piel, machaca sus huesos y se vuelve polvo. De madrugada, recoge su fantasma y desaparece.               Pero hoy fue diferente. El tipo la trató como a una verdadera princesa, la llamó por su nombre y durmió con ella hasta el amanecer.                                                                                                                             Un intenso olor a cuento infantil ha despertado su inocencia y, en un impulso, deja uno de sus zapatos bajo la cama, convencida de que entenderá la señal. Ignora que, cuando él encuentre su sandalia de tacón, la abandonará en la basura junto al de otras Cenicientas. 

En la calle solo se escucha el repiqueteo cojo de los sueños rotos.


martes, 20 de octubre de 2020

Libertad

 


En el convento de las clarisas andan como locas buscando a sor María. Desde que la señorita de la casa grande entregó a su hija como ofrenda por sus pecados, las monjas han tenido a la criatura en guarda y custodia. La desaparecida tiene diecisiete años, cara de ángel y unas manos que huelen a almendra y canela.

Cuando es ella la que elabora el bienmesabe, la comarca entera desfila por el torno para comprar el dulce. Dicen que un don de cuatro siglos se ha concentrado en una sola alma. Ahora el bizcocho de plantilla ablanda los corazones más duros, y el almíbar de cidra emborracha los sentidos. Cada ingrediente parece caído del cielo. Salvo los huevos. Solo la madre superiora sospecha que es el mismo diablo quien los ha traído, tentado por el manjar de la clausura.

No debió dejar que fuera María la que abriera la puerta de la cocina a los proveedores. Desde hace días hay un aroma que no casa con el postre: una sutil fragancia a aceituna que impregna el pelo de la chiquilla.


sábado, 17 de octubre de 2020

Nuevos caminos


Foto de Juan Ibáñez, 2013


El viento de la modernidad callejeaba por las cuestas empedradas silbando bajo las puertas de las casas; todos habían acudido a la asamblea. Un espeso bosque rodeaba el pueblo, y las ramas de los árboles agitaban sus hojas con fuerza a modo de protesta. Dentro del salón, el alcalde saludaba ufano a los vecinos que iban desfilando frente a la diosa del progreso: un modelo a escala de la nueva central eléctrica. Los forasteros invitados hablaban sin parar de los beneficios de su proyecto, y con cada palabra llovían promesas que suavizaban las manos agrietadas, arrumbaban los aperos, y asfaltaban los caminos. Se observaban unos a otros y asentían complacidos, aguardando que llegáramos los últimos asistentes.

Cuando Nicasio, el viejo pastor, cruzó el umbral, llevaba consigo el olor del campo, su cayado, y una manzana verde de los campos de frutales. Todos sabían de dónde venía. El hombre contempló la maqueta, meneando la cabeza. La madre naturaleza no tenía voz ni voto, pero sí la fuerza de los guijarros que atoraban a su antojo la bajada del arroyo a los riegos. La mitad de la reunión torció el gesto; la otra se miró impaciente. Las dudas flotaban en el aire, mas la prosperidad avanzaba cubriéndolas con una fina manta de oro y deslumbrándolos a todos.

Aguardaban mi llegada, la del miembro más joven de la comunidad, confiando en que el prometedor ingeniero les situara ante una verdad que todos intuían, pero que nadie quería admitir. Cuando hice mi entrada, el edil apretó los puños y el anciano ovejero sonrió. Sin embargo, aquel día guardé silencio. Las ambiciones  que se forjaban en el Ayuntamiento me resultaban ya ajenas, casi tanto como los intereses de un puñado de viejos.

Ahora sé que la tierra que me vio nacer vibró de rabia bajo mis pies, pero entonces apenas pude sentirlo. Mis pensamientos ya habían alzado el vuelo más allá de las lindes de mi pueblo, en una ciudad que me esperaba para ser alguien importante. Todo aquello era mi pasado, y la suerte parecía estar echada. A esas alturas lo que sucediera me era indiferente, de modo que me encogí de hombros y murmuré una excusa para escapar. No me quedaba mucho tiempo que pasar allí y deseaba ocuparlo pescando, pues no había nada que me hiciera disfrutar más.

Nicasio me alcanzó junto a la ribera. Su mano en mi hombro me hizo detener el paso; su rostro reflejaba pura decepción.

―Nunca hubiera imaginado que el hijo de mi mejor amigo renegara así de sus orígenes ―me espetó.

―No creo que merezca la pena enfrentarse con el alcalde. Yo ni siquiera voté a ese tipo, no es asunto mío que ahora os quiera enredar a todos. Mi vida está ya en otro sitio. De cualquier forma, el progreso terminará abriéndose paso, intervenga yo o no.

―Vivir significa tomar partido, aunque no sea para cambiar las cosas que nos beneficien a nosotros mismos. Si no le paras los pies a esa gente con tus argumentos, todo estará perdido para este pueblo―. El anciano se quedó un momento en silencio y prosiguió:  ―Mírame, Antonio, probablemente sea el hombre menos instruido de estos lares; solo tengo mi rebaño y el monte y, sin embargo, hace tiempo que entendí que no hay mayor analfabeto que quien se mantiene mudo y ciego ante las decisiones que le rodean.

Entonces no entendí las palabras de aquel hombre, y simplemente opté por seguir mi camino.

―No quiero líos ―concluí. Esa tarde fue la última vez que vi al pastor.

Los años fueron pasando lejos de mis ancestros; prosperé y me convertí en un hombre influyente y, peleando por alcanzar mis sueños, logré mi mayor triunfo: erigir un puente sobre el mar que acercara pueblos y culturas. El tiempo pintó canas en mi cabeza y dio paso a los recuerdos. Me los devolvió una mañana de labios de mi hijo más pequeño.

―Padre, de mayor también quiero construir futuro, porque eso me dará la posibilidad de cambiar las cosas como haces tú.

Aquellas palabras removieron mi conciencia, haciendo que el mundo se tambaleara a mis pies. Añoré mi infancia y mi juventud, y el olor a campo que inundaba los caminos. Y recordé que una vez fui neutral, me desentendí y dejé de ser voz para otros. Miré a mis hijos y tomé la decisión de volver las cosas a su lugar antes de que la vergüenza borrara de mi mente los acontecimientos del pasado.

Regresé al pueblo y lo encontré distinto. Las casas habían crecido al mismo ritmo que menguaron los terrenos de cultivo. La central acercó la riqueza y alejó los aparejos de labranza, igual que trajo a los especuladores y se llevó a los ancianos, que desaparecieron con los huertos y el ganado. Convertido en una sombra de lo que fue, me propuse remendar la herida infligida a la tierra, y me postulé para alcalde.

Estos días el bosque se levanta más verde, regresan los niños a las calles y corre de nuevo la vida en la fuente de la plaza. Hoy empiezan las obras para desmantelar la central y llevarla al otro lado de la montaña. Al fin, voy de nuevo a pescar; me siento parte del paisaje y de la historia que se empieza a escribir en este lugar. Y así, con el espíritu sosegado, lanzo el anzuelo al agua. Mas ¿a quién pretendo engañar? Maldigo el día en que no dejé actuar a mi conciencia ni me involucré con la verdad. Me duele el alma al comprobar que la corriente es turbia y que los peces dejaron de crecer en este arroyo.

 En la otra orilla me parece distinguir al viejo Nicasio con sus ovejas. Meneando la cabeza, como siempre.

lunes, 11 de mayo de 2020

Duelo




El viejo cuco se asoma descarado, y desaparece otra vez dentro del reloj. Desde que ella no está, se ha vuelto quisquilloso y da las horas a su libre albedrío. Pero el anciano no se queja de su incompetencia, y se limita a guardar silencio desde que perdió la medida de su tiempo.
Ahora en sus ojos solo hay nostalgia de un pasado de labranza y sudor.
Los años dejaron los aperos guardados y su cuerpo inmóvil en el sillón. Pero la piel, que tiene memoria, esconde las grietas de la tierra en las palmas de sus manos, donde intenta contar cada tarde los surcos de la siembra antes de que le alcance la pena. 

jueves, 23 de abril de 2020

Intuición



Como todos los que nacieron durante la pandemia, Leonor aprendió a hablar muy pronto. Ahora las letras tejen hilos invisibles que hilvanan sus relaciones. Los afectos viajan sobre páginas y voces entonadas, en un crisol de sentimientos que van y vienen. El viento sopla las palabras y las tatúa en la piel de quienes más quiere.  Pero hoy se ha vuelto a cruzar con ese chico, y sus guantes se han rozado. Apenas unos segundos para agitarle el corazón y percibir el deseo quemándole en los labios.
Ella sabe que no debe amar así: el precio a pagar es demasiado alto. O eso dicen.

jueves, 16 de abril de 2020

El bombero



Ginebra prende llamas por donde pasa. Toda ella es inflamable, desde su nombre hasta la punta de sus pies. Dicen que el leve roce de su boca provoca tal flujo de calor que ya no queda caballero ni vasallo que no haya explosionado en todo el reino. Hace unos días la vieron huir a la isla de Lanzarote, harta ya de relaciones efímeras, en busca del verdadero amor.
Parece ser que se ha enamorado de un tipo con la manguera mejor preparada para apagar su fuego. De facto, es el único capaz de dejarla empapada y sin oxígeno.

jueves, 9 de abril de 2020

Lo que tus manos cuentan


(Foto: Russell Powell)


Las palabras parecen derretirse bajo la brocha encolada. Hace mucho que dejó de leer y de entender el mundo a su alrededor. Sin embargo, como un ritual indeleble en la memoria, su imaginación moldea las hojas del periódico, transformándolas en figuras de papel maché.
Lo observo en silencio, y el agudo pinchazo de la nostalgia me hace suspirar. Me acaricia con los dedos aún empapados de goma y tinta. Sonríe.
―Mañana volveré a verte, papá.
Al salir, el espejo me descubre unas mejillas manchadas de tintura y la certeza de que los mensajes de amor no necesitan letras, solo un lugar donde dejar su huella.