Ya estoy en casa. Tan cansada que soy incapaz de
buscar las zapatillas que siempre coloco bajo la cama, y que alguien movió de
ahí. Enfadada por seguir cruzándome con él por el pasillo y encontrar solo su
silencio e indiferencia. Demasiado asustada para preguntarle si todavía me ama,
si el frío que se ha instalado en nuestro hogar también congela sus
pensamientos. Sé que no debería demorar más la conversación que dejamos a
medias antes de mi viaje. Le diré que aún le quiero.
Lo haré cuando duerma a los niños y se siente a
llorar frente a mi fotografía. Como cada noche.
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