sábado, 8 de diciembre de 2018

De armas tomar



Mi vida era normal hasta que un buen día escuché hablar a uno de los leones rampantes del escudo familiar. No sé bien si fue a causa del vino que me empapaba el gaznate o por efecto del calor que el fuego de aquella chimenea irradiaba por el enorme salón, pero lo cierto es que, recuperado del estupor inicial, oí con total nitidez rugir a la bestia. Me escupió a la cara la deshonra que mi persona causaba a nuestro linaje, acusándome de la desmesura con la que había dilapidado la fortuna familiar.
Quise ignorar la reprimenda de semejante alucinación, pero un gruñido aún más fiero me heló la sangre, obligándome a recular por la estancia. El animal me tachaba de holgazán y vividor, términos que aceptaba sin rechistar, pues razón no le faltaba; mas me ofendió sobremanera que atacara mi proceder para con el servicio, ya que, si bien me demoraba en el pago a las doncellas, las compensaba convenientemente con otro tipo de favores que parecían satisfacerlas por completo. En esta justificación me hallaba, cuando los muros del castillo retumbaron por la ira del felino inquisidor.
No fue hasta que mi visión me ordenó abrazar un camino de rectitud y decoro, buscando un trabajo de provecho, cuando vi amenazada de muerte mi placentera existencia; y entonces tomé la espada de una vieja armadura y me dispuse a silenciar semejante despropósito con una certera estocada sobre aquel enemigo feroz.
Pero cuán pavoroso fue descubrir que, tras aquel escudo de armas, se escondía en realidad el fantasma del antepasado más respetado y temido de nuestra familia. Allí mismo se desvanecieron mi valor y hombría, porque ya se sabe que el león no es tan fiero como lo pintan, pero la tía Eduvigis... ¡Ay!, eso es harina de otro costal.

sábado, 1 de diciembre de 2018

Cazadores de libros

                              


Al entrar en el vagón, descubrí aquel ejemplar abandonado. Tenía las cicatrices de los libros mil veces cazados y en él se leían los nombres que hicieron suya aquella historia de corsarios. Esas firmas debieron mutar su naturaleza, pues, al abrirlo, una ola me arrastró hasta mi parada, a cuatro mareas de distancia.
Cuando volví a la realidad, aún salía arena de mis bolsillos; y, como si fuera un tesoro, lo liberé en el mismo lugar donde lo encontré.
Supe que había sido presa fácil al cruzarme con aquella chica que, desorientada, caminaba por el andén empapada de mar.

       Finalista en el IV Concurso de Microrrelatos del Ayuntamiento de Godella (Valencia).