Con
el tiempo, Martín dejó de reconocer a su esposa que, como una sombra, se
difuminaba ante sus ojos. Solo parecía calmarse al descubrir un violonchelo en
la curvada silueta de sus caderas, o adivinando en su cabello las delgadas
cuerdas de un arpa. Entonces la música trepaba por su memoria hasta despertar
sus dedos, que ansiaban crear, al rozarla, una familiar melodía. Ella aguardaba
paciente, tumbada a su lado, a que el viejo compositor pusiera fin a su
partitura con un beso de media noche.
Publicado
en la Antología Canyada D'art 2017