La delgada lámina de titanio se desliza
hacia un lado y deja al descubierto un enorme ventanal. El anciano contempla el
entramado gris de las vías por donde circulan las cápsulas escolares. El
vehículo se detiene y bajan los escasos alumnos que acuden hasta este lugar. La
gente apenas se mueve ya de sus casas. No hay nada ahí fuera que no puedan
hacer a través del circuito tecnológico que gobierna sus vidas.
Pero el Centro Cognitivo
Conmemoración es un espacio fuera de lo común; una institución capaz de
proporcionar a los niños unos conocimientos que no aprenderán en ningún otro
sitio. Él mismo ha escogido los pupilos más receptivos, y los prepara para
experimentar unas sensaciones que la ciencia ha arrancado del corazón humano.
Sabedor de ser el último eslabón de una cadena que está a punto de romperse, ha
logrado encontrar la manera de devolver al mundo las emociones perdidas. Él es
el creador del Sintetizador de Nostalgias, una máquina que garantizará la
permanencia de la verdadera esencia del hombre.
Los estudiantes se van recostando en
las cabinas acolchadas de la sala y, cuando se hace el silencio, baja la
intensidad de los leds. El viejo científico sale sin hacer ruido. Se dirige al
exterior del enorme edificio, y contempla el cielo. Probablemente, la enorme
bóveda azul es lo único que no ha cambiado en el paisaje que se abre ante sus
ojos. Ahora, todo cuanto le rodea es metal, vidrio e innovadoras aleaciones.
Los colores se han vuelto demasiado artificiales, y añora las tonalidades
perdidas de la naturaleza. Pero aquello queda demasiado lejos, justo al otro
lado de la enorme muralla que rodea la ciudad. Piensa que lo mejor hubiera sido
que aquel inmenso agujero en la capa de ozono hubiera acabado arrasándolo todo para dar paso a otras formas
de vida menos destructivas.
Sin embargo, era obvio que el instinto
de supervivencia los iba a llevar a alcanzar una solución: consiguieron
desarrollar una barrera protectora para su deteriorado planeta. El nuevo Estado
es quien controla la meteorología y todos los ciclos ambientales. Mientras, el
hombre, que ha estado a punto de destruir las fuentes fundamentales de la vida,
es obligado a mantenerse alejado de ellas. Es una manera cruel de garantizar la
subsistencia de la Tierra, que queda fuera del alcance de la población. A nadie
parece importarle. El mundo virtual ha absorbido de tal manera la atención
general que nadie mira hacia fuera ni se percata de los cambios que se están
generando alrededor de sus espacios.
El viejo maestro suspira resignado. Con
movimientos pausados, regresa al interior. Se siente especialmente cansado. Sus
alumnos le esperan en la Sala de Recuperación Sensorial. Uno de ellos se sacude los
pies descalzos con las manos.
―¿Dónde estuviste hoy, Ulises?
―pregunta al chico.
―En la playa, maestro. Caminar por la
arena húmeda ha sido muy agradable.
El hombre sonríe. Recuerda aquel momento como si
hubiera sucedido el día anterior, y ya han pasado más de sesenta años desde que disfrutó de aquel paseo junto al mar. Cada uno
de ellos va relatando las sensaciones del ejercicio: la brisa del amanecer en
la cima de una montaña, el sabor de la fruta recién cogida, una siesta sobre un
campo de hierba, un chapuzón en un manantial de agua clara, el calor de una
fogata... El hombre atiende complacido a cada una de las emociones que aquellos
chicos han experimentado gracias a su invento.
Ha logrado que sus recuerdos personales
queden fijados con imágenes y percepciones para poder compartirlos con ellos.
Pero no solo hace que revivan recuerdos en el interior de su cerebro que les
son ajenos. Es algo mucho más trascendental: genera añoranzas; despierta en sus
estudiantes la necesidad de volver a sentir todo aquello, una vez desconectados
de sus receptores. Sabe que, cuando su generación desaparezca, ya no quedará la
posibilidad de dejar más nostalgias repartidas por el planeta. Confía en que
Conmemoración tenga el mismo éxito en el resto de ciudades.
Se retira cansado a su despacho, donde
una cama ergonómica le invita a dejar caer su fatigado cuerpo. Por un instante,
siente la necesidad de incorporar una última sensación, ya olvidada, a su
almacén de vivencias. Del interior de una caja, saca una vieja pipa, una lata
de picadura y una cajetilla de cerillas; los tres objetos se mantienen
intactos. Con un estudiado ritual, procede a encender la cazoleta, y la intensa
calada impregna el aire de un olor inconfundible, deleitando cada célula de su
cuerpo. Como es previsible, un dispositivo de alarma se ilumina en lo alto de
la habitación y comienza a sonar. La autoridad estatal no tardará en aparecer
para localizar la presencia de humos no autorizada.
Se apresura a conectarse al emisor
central de su máquina, dispuesto a dejar grabado aquel recuerdo. Ya con los
ojos cerrados, se concentra en el aroma a menta y tabaco que aún persiste en el
ambiente, y se ve acompañando a su padre en una de aquellas fabulosas tardes de
pesca. A él le encantaba encenderle su preciosa cachimba de madera.
El viejo maestro va sintiendo cómo las
luces se difuminan poco a poco a su alrededor, y un resplandeciente camino se
abre ante él. Una voz paternal golpea su conciencia al mismo ritmo que los
latidos de su corazón se van ralentizando. Al sentir que su final está cerca,
sopesa la posibilidad de que su última emisión consiga transmitir el tránsito
de la vida a la muerte. Todos sus discípulos sabrían entonces lo que se siente
al pasar al otro lado.
El mundo está hambriento de hombres sin
miedo a extinguirse, ansiosos por recuperar aquellas experiencias de las que
han sido privados. Una nueva generación de guerreros surgirá en este lugar; un
ejército dispuesto a vivir como verdaderos seres humanos. Ellos serán los que
consigan derrumbar la descomunal fortaleza. Son la única esperanza.
Un pitido intenso y continuo indica que
el Sintetizador de Nostalgias ha finalizado la grabación con éxito.