Al fin pude encajar
las piezas de una historia que quedará incompleta. Tengo todas las respuestas y
una horrible punzada de dolor me atraviesa el estómago. Puedo sentir el
latido de mi propio corazón, la respiración profunda que acompaña mi cuerpo
cuando pienso en él. He abierto la ventana de par en par, y las gotas de lluvia
han entrado con furia dentro de la habitación, empapándome la cara. Necesito
que el agua despierte al fin mis pensamientos y me muestre la realidad tal y
como es.
La mañana es gris,
desangelada, y llueve a cántaros. Casi es como mirar dentro de mí. Ahora sé que
solo había sido un juego del destino. Pensé que los sentimientos se abrirían
paso en la distancia y lo traerían hasta mí. Olvidé que siempre estuvo
lejos, que mis palabras no lo alcanzaron. Ya jamás le entregaré aquel beso que
soñábamos a escondidas del mundo, porque la vida ya ha jugado sus cartas.
Él se quedará en casa,
protegido de tentaciones y de sueños imposibles. A estas alturas, es probable
que ya me haya borrado de su memoria. No. No puede haberlo hecho. Una vez me
dijo que me amaba... Las lágrimas me queman la cara, como chispas furiosas que evitan
ser apagadas con el agua. Todo se para en este instante. De nuevo este extraño
silencio…
Él espera paciente. El mundo es transparente y
limpio bajo un cielo de cristal, como la lente del objetivo de su cámara.
Escucha el crujido de la nieve bajo sus pies, el chasquido de una rama al
quebrarse. Después, la mañana se hace estática y muda. Sabe que la foto
buscada no llegará. El frío ha detenido la vida, y los árboles apenas respiran
bajo el peso de la nieve. Permanece
inmóvil, sus pensamientos están lejos y, cuando intenta hacerlos regresar, no
vuelven solos; la traen a ella. El pulso se acelera y calienta sus venas hasta
hacer arder su piel. La ha perdido, y su ausencia le ha dejado a oscuras. Pensó
que sería más fácil. Sólo un recuerdo al que volver en sus sueños. Pero ella es
real. Puede verla con nitidez frente a él, provocando cada una de sus células.
Aprieta los puños intentando alejar el vértigo, pero no puede. Añora su voz y
las palabras que llegaban cada día inundándolo todo, atrapando su voluntad.
Renunciar a ella había sido lo más sensato, lo más honesto. Unas virtudes que
se alejan en dirección opuesta a sus deseos cada día que pasa. Le entregó su
verdad y ella la hizo suya, aceptando la distancia a cambio de un beso. Un beso
que no llegó porque tuvo miedo. Miedo de amarla...
Ha empezado a nevar. Los copos caen despacio,
deshaciéndose sobre su rostro, con una humedad inusualmente cálida, como
lágrimas. Su corazón se detiene. De nuevo ese extraño silencio...