Las
especies que sobreviven no son las más fuertes, ni las más rápidas, ni las más
inteligentes, sino aquellas que se adaptan mejor al cambio. Eso era lo que se
repetía Óscar cuando llegó al final del camino.
Volvió
la vista atrás, y descubrió que el trayecto andado era más ancho de lo que
recordaba. Durante el tiempo que lo recorrió, se le antojó estrecho y
empedrado. Ahora, desde aquella perspectiva, la seguridad del terreno le
resultó tentadora, y deseó volver atrás. Pero sabía que eso ya no era
posible.
Entonces
recordó que aún llevaba la mochila en la mano. No. Todo lo que necesitaba
estaba ahí dentro. Alzó la vista y encontró un enorme precipicio frente a él, y
se sentó en el borde para reflexionar sobre la situación. De nuevo se
encontraba en el filo del abismo, y sin saber muy bien qué hacer.
En
el fondo no se estaba tan mal. Al menos podría descansar durante un rato
y disfrutar de todas las experiencias que había vivido hasta llegar allí: el
sabor del éxito, los problemas superados, el vértigo del primer amor, las
tentaciones vencidas, y las que lo hicieron sucumbir. Pensó que tal vez todo
aquello había sido suficiente para satisfacer su existencia.
Acomodó
la postura dispuesto a permanecer en aquel lugar de manera indefinida y, al
dejar caer de sus hombros la pesada mochila, esta resbaló en dirección hacia la
nada. Un acto reflejo hizo que un rápido movimiento de sus dedos lograra frenar
el descenso.
Óscar
sintió que el corazón le golpeaba con fuerza en el pecho. Pensar en la pérdida
de aquella posesión alejó de un plumazo toda aquella pereza. La abrió con
rapidez para asegurarse de que todo estaba en orden. No había duda, el Tiempo
permanecía intacto en su interior.
Aquello
era una señal sin duda. Si no aligeraba la carga, terminaría perdiendo todo su
Tiempo. Metió la mano en el interior de la bolsa y sacó un puñado de arena
blanca, lo sopesó y calculó que le daría un nuevo margen; un año tal vez. Sopló
con fuerza sobre la palma de su mano, y un sendero sinuoso y árido apareció
frente a él.
Sí,
un año sería suficiente. Se puso en marcha y, a medida que avanzaba, iba
notando cómo las nuevas ideas que proyectaba sobre su futuro aligeraban el peso
sobre sus hombros y ensanchaban el camino. Mientras iba dejando los minutos en
las huellas de sus pies, no dejaba de pensar que los cambios, en el fondo, no
eran tan malos.
Inspirada en la frase de El Cuentacuentos:
"Las especies que sobreviven no son las más fuertes, ni las más
rápidas, ni […]", de Charles Robert
Darwin.
Muchas veces tenemos en nuestras manos el seguir labrando un camino. A veces dejamos de hacer camino cuando nos paramos a pensar. Quizás la clave es caminar, caminar y caminar.
ResponderEliminarSaludos.
Estuvo a punto de perder la vida por salvar su sentido, el suyo y el de ella. Y se dio cuenta de que lo que estaba perdiendo era el tiempo al detenerse en la nada.
ResponderEliminarFantástico relato, tal vez fábula, o ensayo, o ese día después :)
Un abrazo!
Que gran verdad es esa María. No podemos acomodarnos ni asustarnos ante un futuro incierto. Hay que coger la vida con las dos manos y tirar para adelante. Los proyectos están ahí esperando que les demos forma. No hay que mirar atrás, debemos atrapar lo que nos hace felices y vivirlo intensamente y si hemos de cambiar el rumbo, lo hacemos. Sólo hay una vida para vivir. Fabulosa historia, brillante manera de hilarla. Y ahora vuelve a meter tu mano en el saco del tiempo y encuentra el momento para hacer más admirable tu jardín. Sigue caminando.
ResponderEliminarInteresante fabula. Sin duda lo más importante es el tiempo que disponemos, a veces no es fácil darse cuenta. Cuando uno mira hacia atrás, hacia adelante es lo único que hay a lo que menos damos importancia en muchas ocasiones.
ResponderEliminarInteresante relato.
Un abrazo. Nos leemos cuentacuentos.
Has sido la única que se ha atrevido a escribir con esta frase! pero te ha salido un relato para pensar en que estamos haciendo con nuestro tiempo, en que lo invertimos y si esa inversión provoca una ganancia o una pérdida
ResponderEliminarbessos!