Me encontraste dormida
entre párrafos de tinta, y susurraste el nombre que alguien había escrito bajo
mi cuerpo. Bastó que tus dedos rozaran mi piel de pergamino para despertarme de
este sueño. Allí estaban silenciosas las palabras que nadie pronunciaba, y el
eco de tu voz las levantó del papel hacia el infinito.
Trepé
por mi propia historia, dejando caer las frases olvidadas, mientras otras nuevas
se creaban bajo mis pies. Tú, atrapado en la lectura, devorabas los capítulos
ya escritos por otra pluma. Yo, liberada por tu imaginación, encadenaba
aventuras para atraerte hacia mí. Te escuché reír y, maravillada, me detuve a
contemplarte.
Entonces
me viste. Un destello fugaz que atravesó mi mundo y alcanzó el tuyo. Sin miedo,
tus dedos trazaron, sobre la página, un puente de puntos suspensivos junto a
mí. Corrí con todas mis fuerzas... y salté.