Los
días se adormecen en medio de este silencio y vuelven perezosa la memoria. Es
tarde para el corazón, cuando el frío penetra demasiado hondo. Ya han olvidado
las yemas de mis dedos la curva de tus mejillas, y he perdido la luz que
guardabas para mí en el hueco de tus manos. Duele tanto...
Te
imagino serena en mi mente agitada, porque así cierras los ojos; esos que
añoro, vacíos de historias, sin vida, sin mí. Maldita tú, maldito el
dolor de tu terrible ausencia. Hoy busco desesperado tu rostro, y reblandezco
la arcilla con mis lágrimas.
No
cesan las sombras que traen el invierno, ni el fuego del alma mutilada. No
recuerdo tus besos, mi amor. Se consuma tu olvido. Rendidas las fuerzas,
enmudecen las palabras.
María, otra muestra más de tu exquisito dominio de las sensaciones y los sentimientos, que manejas siempre con maestría y en los que reposa tu personalísima impronta. Ésa que, indefectiblemente se traduce en belleza. Incluso cuando, como en este caso, subyace un poso de tristeza.
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