Mi muy querido
reverendo Padre Bernardo:
Como
bien sabéis, son duros los tiempos que corren en nuestro pequeño Priorato de
San Martín y, lejos mi intención de importunaros con demanda alguna, he de
informaros que la sopa de ajo que constituye nuestra dieta ha empezado a tornar
las caras de mis monjes en el susodicho ingrediente. Por esta razón, como prior
de este convento, me dirijo a vuestra paternidad en solicitud de consentimiento
para lo que confío mejorará algo más que nuestra circulación sanguínea. Ya que
de vos depende el bienestar de esta comunidad, siempre atenta a la fiel
observancia de los dictados que desde su monasterio nos llegan, ruego le
dediquéis unos minutos a ponderar esta idea nacida del ingenio, pues el hambre
obliga.
Hemos
tenido noticia de los acontecimientos ocurridos hace unos días en la Abadía de
San Isidoro de León. Relatan que dos viajeros jacobeos, asombrados por la
muchedumbre de peregrinos que esperaban en la Puerta del Perdón, se mofaron de
aquellos que buscaban ser absueltos de sus pecados cruzando el umbral. Dispuestos
a demostrar la ineficacia redentora de este acto, osaron pasar desprovistos de
toda espiritualidad. Semejante sacrilegio ocasionó un hecho fantástico, generando
estupor en quienes lo presenciaron. Parece ser que las cabezas de león y de oso
del tímpano, que mostraban una actitud pacífica tal y como Maese Esteban las
esculpió, giraron el cuello con fiereza emitiendo atroces rugidos. Según tengo
entendido, llevan días los fieles ante la fachada, orando para deshacer tal
encantamiento y conseguir que ambas figuras retornen a su forma original, sin
éxito alguno.
He
de deciros, reverendo Padre Abad, que en un principio la historia me pareció
uno de tantos cuentos del Camino que traspasan nuestros muros, pero he podido
averiguar que, desde ese día, las visitas al lugar se han multiplicado, no
tanto por el perdón que ansían alcanzar los peregrinos, como por la infinita
curiosidad de quienes llegan hasta allí, aumentando con ello los donativos
recibidos.
Pues
bien, llegados a este punto, os traslado sin demora mi ruego, que no es otro
que mudar la entrada a nuestra iglesia desde el lado oeste al lado norte.
Decidido a emprender una campaña contra la precariedad que nos azota, me
propongo incrementar, tal como en San Isidoro, el interés por nuestro templo.
Bien sabéis que el pórtico principal carece de todo ornato, mas este otro que
os indico goza de dos flamantes capiteles bien nutridos de peculiares figuras.
Tal es así, que el de la derecha, que muestra una alegoría de la lujuria y la
avaricia, bien podría servirnos para nuestro plan.
Entienda
V.P. que no pretendo llamar a engaño a ningún feligrés, pero ya os hago
partícipe de que el hermano Saturio se embelesa en la contemplación de estos
dos pecados capitales y, si bien el avaro aún no ha cambiado su postura, la
mujer cuyos senos son mordidos por dos serpientes empieza a cruzar miradas obscenas
con nuestro fraile. No sabría decir si tal alucinación es fruto del ayuno
forzado, o de un fenómeno tan extraño como el leonés, pero puedo aseverar que
ha corrido la voz por el pueblo, y ya son doce los paisanos que se sientan
junto a él cada tarde esperando participar de esta visión. Por tal razón,
considere vuestra paternidad la conveniencia de aprovechar de manera inmediata
la confluencia de todos estos acontecimientos, y modificar con celeridad el
acceso a San Martín.
Vuestro fiel Fray
Everardo.
Ganador del III Concurso “Románico
Digital” de la Fundación Santa
María la Real del Patrimonio Histórico.