martes, 9 de noviembre de 2010

Un secreto inconfesable ( en 69 palabras)


     
Años después, nos volvimos a cruzar. Habíamos sido infieles, pero solo nosotros lo sabíamos. Los momentos compartidos habían dejado un dulce recuerdo.
Acabó suavemente, con la certeza de que nuestras vidas estaban en otras promesas realizadas antes de conocernos.
Sonreí al pasar por su lado. Pero él no me miraba a mí, sino a la niña de ojos verdes agarrada a mi mano.

Una criatura con sus mismos ojos.

lunes, 8 de noviembre de 2010

Reserva del 53 (3ª parte)

     


No importa el tiempo transcurrido, sean minutos o siglos. Las emociones van y vienen creando nuevas historias que hacen girar el mundo. Como un pasado olvidado que siempre regresa. Con otro rostro y otros paisajes.


California, 2010.

Carol se sentó en los escalones del cenador. Se quitó los zapatos para aliviar sus pies doloridos. No había parado de bailar en toda la tarde. Aquel instante de soledad y silencio le hizo volver a la tierra después de varias horas subida en una nube. Había sido un día feliz. Ahora era la esposa de Tom, y él le había regalado el momento que siempre había soñado, una promesa de amor bajo el viejo roble de la colina.

Su padre había sido muy generoso aceptando de buen grado aquel cambio de planes de última hora, sobre todo después de haber invitado al enlace a medio Estado. Sonrió al recordar la sorpresa de los invitados que se encontraron celebrando una boda a la que no habían asistido. Explicar que había sido una ceremonia íntima, por expreso deseo de los novios, no había sido tan complicado como mantenerlos entretenidos hasta la hora de los aperitivos. Pero la fiesta había seguido su curso y,  horas después, el jardín continuaba lleno de gente que charlaba en las mesas o bailaba al ritmo de la música.

Por un instante tuvo la sensación de estar contemplando un paisaje ajeno a ella. Como cuando era niña y observaba, a través de la ventana de su cuarto, las fiestas que se celebraban en la hacienda. El jardín, que siempre estaba tranquilo y silencioso, se transformaba en un alboroto de risas y conversaciones cruzadas y, al llegar la noche, decenas de faroles lo iluminaban todo y envolvían aquella imagen en un resplandor casi mágico. Esta vez la fiesta era para ella. Quería saborear cada segundo y dejarlo grabado en su memoria.

Por primera vez en todo el día se preguntó cómo habría sido compartir aquel acontecimiento con su madre. Tal vez era simple curiosidad, en realidad no tenía ningún sentimiento al respecto. No podía percibir las sensaciones que le producía su ausencia porque carecía de recuerdos. Posiblemente, si ella no hubiera muerto, su vida sería completamente diferente. Aquel lugar no hubiera formado parte de su vida de la misma manera.

Imaginó que el sentimiento era muy diferente para su padre. Él debía haber pensado mucho en ella en un día como el de hoy. No solía hablar mucho de sus emociones,  y cuando, en momentos especiales, la traía a su memoria, Carol podía descubrir que aún le brillaban los ojos con su recuerdo. Tenía que haberla amado mucho. No debía haber mucha gente capaz de amar así, incluso después de la muerte. Lo que estaba claro es que nunca dejaría de echarla de menos. Bien era cierto que, años después, otras mujeres habían pasado por su vida. Robert Saint-James seguía siendo un hombre joven y disponible, pero aquellas relaciones nunca se consolidaban, para regocijo de su adolescente y egoísta hija, que sentía que aquellas mujeres lo apartaban de él.