Regresé a Madrid y, aunque al paso de los años había olvidado cómo llegar hasta aquel lugar, mis pies me llevaron bajo aquella ventana. Mis ojos se alzaron hacia la habitación abuhardillada donde a escondidas del mundo nos regalamos tantas caricias. Añorando tus besos y aquel sueño que velaba mientras dormías, deseé que el destino te trajera de nuevo hasta mí, para recuperar el tiempo perdido.
Se desliza el alma en la húmeda espesura, en el juego del tiempo muerto y la mente esquiva. Entra en este jardín secreto, de caminos y veredas dormidas. Este es el lugar donde trepan los sueños y se enredan los silencios de madreselvas y orquídeas. Ven al jardín de las mil palabras y la lengua muda; en su fresca penumbra te espero, sueño y vivo.
viernes, 24 de diciembre de 2010
Un deseo ( en 69 palabras)
Regresé a Madrid y, aunque al paso de los años había olvidado cómo llegar hasta aquel lugar, mis pies me llevaron bajo aquella ventana. Mis ojos se alzaron hacia la habitación abuhardillada donde a escondidas del mundo nos regalamos tantas caricias. Añorando tus besos y aquel sueño que velaba mientras dormías, deseé que el destino te trajera de nuevo hasta mí, para recuperar el tiempo perdido.
martes, 7 de diciembre de 2010
El destino
Un minuto, en el frágil mundo de las miradas, fue bastante para
que volviera a la vida. Un solo instante para olvidar los años que pasó
sumergido en el abismo de las palabras, añorando su rostro. En aquel tiempo,
transformaba la tinta de su pluma en mil historias que la nombraban una y otra
vez. Su anhelo por verla de nuevo se reflejaba en las páginas que esperaban,
desnudas, su nostalgia. Él las vestía de deseos que ojos extraños devoraban sin
leer entre sus líneas. Dejaba en ellas trozos de su alma, destellos de esa luz
que tanto amaba.
Aquella mañana, el autor de infinitos libros paseó sus dedos suavemente sobre
las hojas de su última obra, y salió a buscar a su musa, a la mujer que hizo de
él un poeta. Dejó atrás su destino, las ataduras de su antigua vida, sus
mentiras y sus miedos. Ella aún le esperaba, en la sosegada paz de su pasado.
Igual que mensajes de amor, había hallado sus libros y guardado para sí una a
una la verdad de sus relatos. Él jamás volvió a buscar su pluma, ni a teñir de
tinta sus sueños. Ahora era su espíritu el que narraba su historia sobre los
labios de su musa.
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