El comienzo
Estar en
aquel lugar, en el preciso instante en que sus pies se detuvieron, se le antojó
un juego del destino. Una tentación imposible de vencer, aún a fuerza de
remolonear junto a la fuente de la plaza. Contempló su sombra frente a sí, a la
espera de que ella decidiera. Si emprendía el ascenso, la seguiría para evitar
que se perdiera. Solamente por eso. Pero allí estaba, sujetando el deseo de
probar aquellos escalones. Contuvo el aliento al contemplar la promesa prendida
de sus muros: “Libertad”. Una palabra olvidada en la vigilia y anhelada en sus
sueños. Imposible resistirse a cruzar al otro lado. Se preguntó qué habría al
final del trayecto, sin una esperanza concreta; no importaba si el cielo, un
abismo, o una torre almenada. Tan solo pensaba en silencio qué fortuna la suya
haber encontrado aquel camino. En el umbral de aquella puerta imaginaria, ya no
recordaba todo lo vivido antes de aquel instante. Olvidó las ataduras que la
aprisionaban y, en un impulso agitado, desprendió las ligaduras que plegaron
sus alas. Ya estaba dispuesta.
El retorno
Cerró los ojos, e inspiró de nuevo. No le
abrumaba la montaña, ni la fortaleza amurallada, ni la límpida torre que se
erigía, huérfana de muros, frente a él. Su hazaña había sido recuperar, por un
momento, la antigua sensación de libertad que prometía la leyenda del camino
que acababa de subir. El recuerdo silencioso de las experiencias pasadas se
borró de su mente, para dejar paso a sus anhelos secretos. Aquel destino
improvisado revivió en su interior el voraz instinto de desear de nuevo. Desear
para sentirse vivo. Tanto tiempo perdido en las corrientes marinas, que olvidó
su refugio en la posada del mar donde se dejaba seducir por el canto de las
sirenas. Algún día habría de regresar a ella para recuperar las palabras
perdidas. Las infinitas historias que salieron de su pluma salada, de tinta de
calamar. Ahora sabía que siempre habría más calles como aquella que dejarían
trepar sus sueños; un sendero trazado para que sus pies lo recorrieran.
Divagando en aquella esperanza, supo que era el momento de regresar.
Cruce de caminos
En el punto justo
donde sueño y realidad se cruzan, se encontraron sus miradas. En el ascenso,
ella apenas rozaba los peldaños empedrados con la punta de sus dedos. Mientras,
él empapaba de agua de mar y de recuerdos el camino desandado. Se miraron, como
quien contempla su propio reflejo, con el tiempo suspendido en las pupilas y
mil preguntas en la mente. En el mundo anudado de donde ambos habían escapado,
eran efímeros los instantes en los que el pasado regresaba para liberarlos del
presente. Pero allí estaban, con la tierra vibrando bajo los pies y los
recuerdos flotando en el aire. Nadie más podía haber sido tentado así, en aquel
lugar, y de aquella manera. A punto de rozarse el pensamiento, esquivaron
suavemente las palabras, para proseguir caminos distintos. Al fin y al cabo, solo
buscaban una promesa de libertad que siempre llegaba a destiempo.