Huyendo
de las palizas de su madrastra, el pequeño Samuel había encontrado un lugar
secreto donde refugiarse cada noche; un escondite en el que sentirse seguro y
acompañado. Oculto bajo las sábanas, se adentraba, con espíritu valeroso,
en los mundos de fantasía que le regalaban sus libros de aventuras.
Era
capaz de hacer volar su imaginación con tanta intensidad que, al cesar la
lectura, aún podía percibir el aroma de los bosques encantados, o notar su pelo
mojado tras un abordaje pirata. El día que el dolor de las magulladuras no le
dejó concentrarse y sus ojos enrojecidos le impidieron leer, se tumbó sobre la
cama abrazado a sus tesoros de papel, y se quedó dormido.
Cuando
la malvada bruja descubrió la brillante luz que se colaba bajo la puerta del
dormitorio, acudió enfurecida. El cuerpo menudo del niño yacía inmóvil; aunque
Samuel ya no estaba allí. Eligió soñar en un cuento de hadas con final feliz.
Es realmente conmovedor este relato, María. Sólo los niños pueden evadirse,con la magia de los cuentos, de la dureza y el dolor de la cruda realidad. Preciosa manera de contar tu historia; escribes con la sensibilidad a flor de piel.
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