Martín colocó, de
nuevo, la vela de papel sobre otra de las galletas de Sofía. Ella solo pensaba
en que él, al fin, había accedido a incluirla en sus juegos.
Cuando la pasta se
reblandeció por cuarta vez al contacto con el agua, y el barquito naufragó,
corrió hacia donde estaba su madre en busca del paquete. Aquella tarde no le
importó sacrificar la merienda. Por primera vez, se le había quitado el
hambre.
Tierno relato, con su toque de humor, en el que se pone de manifiesto la primera lección que es necesario aprender: que amar es sufrir, incluso aunque sea, como en este caso, por el estómago.
ResponderEliminarEs imposible dejar de pensar en cuántos sacrificios se hacen por amor: aunque estoy seguro de que la sensibilidad que se pone en esa entrega es mucho mayor cuando viene de una mujer. Yo no hubiera perdonado una merienda, a esa edad, por nada del mundo. Y ahora... qué no entregaría uno por una simple mirada...
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