Hombre
cabal y trabajador donde los hubiera, solo ansiaba compartir su vida con la
mujer acertada, aunque esta viniera sin blanca. Los requisitos indispensables
eran, como cabía esperar, buena mano para el manejo de las bestias y destreza en la recolección de frutas.
Cuando
ella le mostró sus habilidades femeninas en el huerto, él se puso como un «miura» y consiguieron,
con dos embestidas, echar abajo todas las peras del árbol. Superó con creces
sus expectativas.
Ya
no le importó demasiado que intentara ordeñar a «Sobrao», confundiéndolo
con una vaca.