martes, 26 de abril de 2016

Suspiros de Cartagena



Mi madre heredó del abuelo una caracola dibujada en la piel. Quiso el mar sellar en su hombro las caricias que un infante de la Marina regaló a una muchacha cartagenera una tarde de primavera. La banda del Tercer Regimiento lanzaba al vuelo los Suspiros del maestro Álvarez en la Plaza de San Sebastián y, ya roto el paso marcial, el joven corneta perdió el rumbo tras las faldas de aquella chica. Cuando el deber destinó al marino hacia otros puertos, quedó atrás el secreto de una mujer encinta, junto a un beso sin retorno. Se llenaron los días de cartas que ella entregaba esperanzada al Mediterráneo y, en el camino de vuelta, susurraba una oración bajo el farol que alumbraba a la Soledad. Y, como de esperas se tejen los milagros, él regresó.
El abuelo nunca imaginó que el beso dormido que ella dejó en sus labios lo devolvería como un tesoro sobre la frente de mi madre.
Dicen que ese día echó amarras y aprendió a navegar en tierra firme. Y, cuando la nostalgia de sal lo invadía, abrazaba a su hija para escuchar, en la marca de su piel, el sonido de las olas.

Relato finalista del IV Concurso de Microrrelatos ELACT "Lola Fernández Moreno". 

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