Cuando
me encontraste estaba perdida, y tú andabas hambriento. Te arrancaste la piel
de cordero para mostrar tu naturaleza feroz. Yo dejé caer la capa que me
cubría, y saciaste ese voraz apetito. Ya nadie puede salvarnos. Los lobos
siempre son la condena de muchachas inocentes. Como yo.
Me encanta la ambigüedad en la frase: «Ya nadie puede salvarnos». Y me encanta el relato.
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