El verano invita a mi vecino noctámbulo a contemplar las
estrellas. Cada noche abandona su buhardilla, escala por el tejado y se sienta
allí como un gato callejero. Mientras yo estudio en mi dormitorio, él observa
la luna. Hace unos días me descubrió y dejó de mirar el cielo para hacerme
compañía en silencio. Desde entonces, acudimos puntuales a nuestra cita
imaginaria. Nos sonreímos en la distancia, y una conexión invisible llena de
palabras el espacio que nos separa.
Aún bajamos la mirada cuando nos cruzamos por la calle porque,
aunque la altura nos da alas, ninguno se atreve a saltar.
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