La letra de una canción se hilvana como una telaraña invisible bajo los dedos de la compositora. Así es como ella suele crear: teje palabras que vibran al tocar el aire e imprime en ellas un mensaje inolvidable. Su obra tiene la resistencia suficiente para soportar la fuerza de una tormenta eléctrica.
Sabe que, cuando él coja la guitarra y lance su voz al vacío, se convertirá en un pararrayos humano. Recibirá la corriente de mil voces coreando sus temas en mitad de un concierto, y la batería arrancará truenos que harán saltar chispas en el auditorio. Antes de que cese la música, los insistentes acordes habrán empapado los sentidos como un mantra, y todos habrán caído en su tela.
En este mundo, las arañas saben encender tormentas en las masas. No importa el paso del tiempo ni el lugar donde se genere el primer relámpago. Hoy no hay veneno más adictivo que los ritmos que encienden la red.
No puedo estar más de acuerdo, como músico aficionado. Sólo podría añadir que en esta red la araña también es víctima.
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