Cuando la noche lograba sobornar al silencio de nuestra casa, se ablandaban las baldosas del pasillo. Entonces solía caminar a hurtadillas hasta el dormitorio de mi madre, donde la observaba suspirar frente a su cuaderno. En aquel preciso lugar, como el secreto mejor guardado, era testigo de un acontecimiento sobrenatural: unos minúsculos seres luminosos surgían de entre sus cabellos como chispas, salían disparados en giros imposibles e iluminaban toda la habitación. En ese instante, su rostro adquiría una peculiar tonalidad dorada y, con una inusual energía, comenzaba a componer sin descanso sus historias.
Yo permanecía escondida hasta que el brillante espectáculo iba apagando su fulgor y, vencida por el cansancio, regresaba a mi cama con el pensamiento lleno de sueños y fantasías nuevas.
Pero no fue hasta que aquella noche apoyé mi cabeza sobre mi almohada, cuando percibí el parpadeo de una de esas criaturas atrapada entre mis rizos.
Nunca se lo conté a nadie, pero a la mañana siguiente amanecí con mi primer verso escrito sobre la palma de mi mano.
Publicado en la Antología 2017 (Aletreos) del Concurso de Relatos Cortos de «Esta Noche Te Cuento».
Si es que hay que dormir más.
ResponderEliminar—Precioso modo de heredar la querencia por el arte de las letras—