Deseó que fuera una ese, para ganar la partida al destino por una vez en la vida. O una efe, y así soportar estoicamente la lluvia de collejas e insultos que solían empaparlo en el parque cada día. Pero la letra correcta resultó ser una eme, y todos se mofaron de su torpeza.
Completó el sustantivo con el dedo en el suelo de arena, y escaló hasta lo alto de un castaño. El chasquido del cinturón y el ligero bamboleo de su cuerpo en el aire dieron por concluido el pasatiempo. Ninguno de aquellos niños volvería a jugar al ahorcado.
Siempre podrían pasar de la horca escolar a la ruleta rusa. Estupendísimo relato.
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