Planean
como cometas grises, mecidas por el viento cálido que mueve nuestra
embarcación. Padre me contó que su presencia traería noticias de una costa
cercana. Son ya un centenar, y su graznido rasga el mar y perfora los tímpanos,
como los chillidos del pequeño Salim cuando tenía hambre. Tras la confusa bruma
del agotamiento, puedo verlas descender en círculos, preparándose para el
picado.
Una
vez vi morir una cebra en la llanura bajo buitres vigías, pero hoy yo no tengo
tierra árida para huir, solo agua. Nadie nos dijo que en el Mediterráneo las
gaviotas ya no necesitan pescar.
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