Cada
milenio, con el crujido seco de una nuez, se abren las puertas del inframundo
para poner sobre la faz de la tierra a uno de sus ángeles caídos. El objeto de
tan inexorable ritual es volver a recuperar las perversas artes de las
tinieblas, habilidad que han descuidado por pasar demasiado tiempo acomodados
entre almas condenadas.
El
forastero de alas negras hace rato que deambula, dispuesto a soplar el susurro
invisible de la violencia sobre humanos vulnerables; sin embargo, antes
siquiera de alcanzarlos, percibe que la ira ya inundaba el suelo bajo sus pies.
Lejos de desalentarse, busca resquicios de maldad sin colonizar, y amanece
sobre un moderno rascacielos de oficinas deseando nutrir de tentaciones la
enorme incubadora de pecado.
En
un batir de alas infernal, agita envidias y ambiciones sobre sus cabezas, pero
en aquella atmósfera saturada no queda espacio para una sola vileza más.
Desconcertado recorre el camino de vuelta para dar la voz de alarma, sin percatarse de que su temor ha hecho crecer una descarada pluma blanca sobre su espalda, fastidiando su regreso. Atrapado y sin trabajo, empieza a plantearse que, dadas las circunstancias, como ángel de la guarda tal vez tenga mejor futuro.
Microrrelato para Esta Noche Te Cuento.
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