Miro el horizonte, esa sombra ondulante que separa el cielo de
esta arena ardiente que quema las plantas de mis pies. Montañas imposibles de
silencio y sed. Tras de mí, la risas de los niños jugando en el agua, el roce
de las hojas de las altas palmeras, y el viento desprendiendo los dátiles como
una lluvia dulce. La delgada línea que separa la vida de la muerte se ancla a
mi tobillo en forma de cadena. Me asomo al mortal destino de una libertad
segura, y me aferro a ese deseo como una única esperanza. Ya hace cinco lunas
que me hicieron prisionera.
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