viernes, 4 de octubre de 2013

Reconquista


Hace un mes que el ejército de amazonas, finalmente,  conquistó los territorios más rebeldes de Corduba , y liberamos a las mujeres del dominio de los hombres.  Comandé con fortuna la tropa del sur y me dieron a escoger mis esclavos.  Supe desde el primer momento que sería mío. Su conocimiento de los libros antiguos le salvaría de una muerte segura, y lo traje conmigo para ilustrar mi escaso conocimiento sobre la historia hostil de esta tierra.  Se convirtió en mi siervo «instructor» de la memoria ancestral de los pueblos que ahora nos pertenecen.
Leía para mí  las leyendas olvidadas en los libros, y me mostró los errores cometidos en el pasado por ambiciones de su sexo. Su sabiduría fue luz en mis ojos, e iluminó mis noches con relatos al regresar de la batalla. 
Durante este tiempo,  ha compartido mi mesa y discutido mis palabras hasta la madrugada, pues le permití entrar en mis habitaciones privadas. Pasamos las horas en disertaciones sobre textos antiguos y literatura clásica. Devoraba su conocimiento, de igual manera que me devoraba a mí con mirada furtiva. Nací guerrera, puedo percibir el caer de una hoja sobre la hierba,  aún en medio del combate. Lejos de castigar su osadía, ahora demando su atención tanto como sus palabras.
Hoy, los esclavos del hogar, después de bañarme con agua perfumada,  me ungían con aceites el cuerpo, cepillaban mi cabello y lo trenzaban de jazmines. Cada noche el mismo ritual. Mientras, mi fiel esclavo esperaba, entre las sombras de los candiles, con un nuevo libro en sus manos. Ya en silencio la estancia,  me mostró un volumen de botánica y, en voz baja,  comenzó a enumerar los nombres de cuantas flores y plantas me envolvían en aromas. Cerró el  libro y, transformando su voz en un susurro, murmuraba en mis oídos «jazminum», mientras deshacía  mi trenza; «rosa», respirando las esencias de mi cuello; «eucalyptus»,  y con lentitud iba empapando sus manos con los aceites de mi vientre.
Desprevenida de este ataque, y sin reconocer qué fuerza extraña  debilitaba mis músculos, me entregué sumisa a la lección de topografía que esta vez habría de tomarse sobre mi lecho. 
Esta noche, en la penumbra, mi esclavo dibuja con sus dedos un nuevo imperio sobre mi espalda. Con sus labios marca las regiones más débiles y atraviesa fronteras, antes infranqueables.  Así, rendida al enemigo, dejo que memorice cada montaña, valle y colina que se esculpe en el mapa de mi piel para que pueda recorrerlo más adelante, en la más absoluta oscuridad. En mi fragilidad, su sabiduría me hace poderosa, y me muestra los caminos subterráneos, inexplorados, que aún no conocía. Ya no me reconozco más que en el brillo de sus ojos. 
Yo,  Alethia de Hypatía, he yacido con un esclavo. Por vez primera, desde que se inició la guerra, he dudado del objeto de nuestra lucha. 

Publicado en el libro “La Pluma del Guirre”, editado por la Asociación Cultural Alcorac 1968, de Telde (Gran Canaria).


6 comentarios:

  1. Un relato magnífico! De esos que te van atrapando a medida que avanzas en la lectura. Es intenso, profundo, te agita de pies a cabeza. Ha sido un auténtico placer leerte, como siempre, pero en esta ocasión de una manera especial porque, detrás de tu historia, percibo una pequeña transformación en la autora. Estaš ¿más valiente tal vez? Sea como fuere, leerte ha sido un placer para los sentidos.

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  2. WOW! Ahora dime que es un capítulo de tu novela y vuelo a comprarla! Menuda historia y me menuda forma de contarla. Fantástico María, me dejas sin palabras, sin aliento y lamentando no estar en otro tiempo y haber sido ese esclavo jajaja.

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  3. Es simplemente un MICRORRELATO con todas sus letras mayúsculas. Es muy visual, intenso y te lleva de la mano por la historia que cuenta, para no soltarte hasta el final. Espero que no te moleste, pero en mi opinión es el mejor texto que te he leído y se aprecia el oficio de escritora que hay detrás.

    Una sugerencia, mitad ruego, también: yo le daría más vuelo a este microrrelato, pues merece integrarse en un texto más amplio, para que sepamos cómo se llega hasta ahí y cómo se desenvuelven después.

    ¡Enhorabuena, María! A seguir así, escritora.

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  4. La Reconquista mas bella jamás realizada. El filo de esta hoja otoñal, mas fuerte que acero toledano que se precie, cautiva con su delicadeza y rinde al lector.
    Un ágora de placer y conocimiento del arte de escribir.

    ¡Un abrazo!

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  5. Mi señora Alethia, quiero que sepas que tu esclavo más fiel, al que has concedido tantos privilegios, en un tiempo, antes de que lo encontraras en aquella biblioteca, rodeado de toda la sabiduría de nuestros antiguos contenida en tábulas de cera y viejos rollos de papiro egipcio, y lo salvaras de la muerte, fue un orgulloso guerrero romano, procónsul del Senado de la República, que no había conocido nunca el amargo sabor de la derrota.

    Acabó, sin embargo, desengañado del oficio de las armas, de las ambiciones de sus congéneres, de las miserias del verdadero sentido del poder, y renunció a todos los honores y prebendas, decidiendo retirarse y consagrar el resto de su vida a buscar el conocimiento, a satisfacer su innata curiosidad por todo lo que le rodeaba, y a su pasión por la Literatura, el Arte y la Historia.

    Por esa razón, cuando tu ejército de amazonas irrumpió victorioso en Corduba, tras masacrar nuestras legiones hasta entonces orgullo de Roma, y asentando ya tu dominio sobre toda la Bética, desde Urci hasta Onuba, el que ahora es tu leal esclavo Aurelio no opuso resistencia alguna, y, cuando lo escogiste entre otros para tu servicio personal, pensó: “Someterá mi cuerpo, pero nunca mi alma”.

    En aquel mismo momento, tu belleza me impresionó. Yo te observaba en silencio, mientras tú impartías órdenes y decidías sobre la vida o la muerte de tantos infortunados. Aquellos ojos verdes de mirada penetrante ejercían sobre mí un efecto hipnótico, al que yo me propuse resistir. Lo que para mí eran la arrogancia y la demostración de poder de quien ha vencido en todas las batallas, y que yo reconocía tan bien, me hizo reforzar mi determinación. Sería leal, sumiso, acataría todas tus órdenes sin reservas, pero lo más profundo de mi interior seguiría siendo sólo mío. Ahí no podrías llegar nunca.

    ¡Ingenuo de mí! Tú empezaste a usarme como tu esclavo de confianza, me encargabas que escribiera tus cartas, me sentabas a tu mesa, me permitías el acceso a tus aposentos privados, y pasábamos largas horas debatiendo sobre antiguas historias y viejos textos, que tú te mostrabas ávida por conocer. Poco a poco, en esas prolongadas conversaciones, fui descubriendo que, tras la guerrera poderosa, se refugiaba en realidad una criatura sensible y tierna, temerosa de mostrar alguna vulnerabilidad, y a la que su propio miedo tenía condenada a esconder ante el mundo su verdadera naturaleza, su fragilidad.


    Y, a medida que iba avanzando en el conocimiento de tu interior, yo iba cediendo parcelas de aquello que había decidido preservar para mí solo; tu mirada ya no era fría y dura, sino que derrochaba dulzura, y a veces me parecía incluso percibir ciertos destellos de deseo en tus magnéticos ojos verdes; yo me iba enamorando de ti día a día, sin darme apenas cuenta, o quizás sin quererlo reconocer.

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  6. Pero, en el fondo, ya sabía que iba, sin remisión, camino de mi primera derrota, y así ocurrió. No me venció el acero de las espadas; sucumbí, indefenso ya, ante el amor. Y una noche que no podré olvidar jamás, enterrado el orgullo y resuelto ya a entregarte por entero mi cuerpo, mi corazón y mi alma, y conquistar los tuyos, al amparo de nuestra soledad fui dando rienda suelta a mi atrevimiento. Con reminiscencias de mis antiguas habilidades de estratega, fui llevando sutilmente nuestra habitual disertación histórica hacia terrenos sensuales, susurrando en tu oído palabras nunca dichas, subyugado por el embrujo de los aromas embriagadores que tu cuerpo destilaba, por la tibieza de tu piel que comencé a acariciar suavemente y con lentitud, temeroso aún de cuál fuera la reacción que pudiera provocar en mi señora la osadía de su esclavo.

    Dejaré a la custodia de tu memoria y de la mía los detalles de todo lo que ocurrió hasta aquel momento en que, exhaustos los dos, me confesaste, susurrándome al oído, que todo aquello por lo que habías luchado tan fieramente, derrochado tantos esfuerzos, hecho tantos sacrificios y derramado tanta sangre, ya no tenía ningún sentido para ti; que lo único importante era el amor que había ido surgiendo y creciendo calladamente entre nosotros, y finalmente se había adueñado por completo de nuestros corazones.

    Por ello, mi señora, en este amanecer en el que te contemplo con arrobo en toda la plenitud de tu belleza, desnuda, tendida en el lecho donde hemos librado las batallas del amor, y rendida por el sueño, me atrevo a dejar a tu lado esta tablilla, para que sea lo primero que vean tus hermosos ojos al despertar, y que habrá de sellar mi suerte para siempre.

    Yo, Cayo Fabio, de la gens Iulia, no seré nunca más tu esclavo sumiso. Si, de verdad, en lo más íntimo de tu ser, has comprendido que tu lucha no tiene objeto, da rienda suelta a tu verdadera esencia, renuncia a tu Imperio, a todos los privilegios del poder, y ven conmigo lejos de esta tierra. Construyamos nuestra propia Arcadia, sin guerreros, sin amazonas, sin esclavos. Llevaré todos los textos que he continuado custodiando durante todo este tiempo, y edificaré con mis propias manos el tabularium que será nuestro refugio secreto. Dediquemos el resto de nuestras vidas sólo a cultivar nuestro amor.

    Si, por el contrario, decides renunciar a ti misma, a nosotros, y aferrarte a lo que tienes, aunque en el fondo lo detestes, entonces me habré equivocado por completo, y mi vida ya no tendrá ningún sentido. Me despojaré de mi túnica marrón de esclavo, vestiré de nuevo la olvidada toga picta de mi dignidad proconsular, volveré a empuñar la oxidada espada, y, cuando estés rodeada de tus guerreras, a pecho descubierto avanzaré hacia ti en busca de la muerte. Mi atrevimiento te pide una última gracia: recibir el golpe definitivo de tu propia mano.


    En Corduba, siendo los idus de marzo del año DCCIX ab Urbe condita.

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