De tertulias literarias se llenan las plazas cuando los versos,
grabados en piedra, se despegan de sus losas y vuelven a flotar en el aire. Los
hambrientos de inspiración se codean con los ilustres inmortales, en paseos al
atardecer. Rebotan los ecos de prosa antigua por las calles adoquinadas, y los
fantasmas de quienes fueron luz hablan en susurros a los nuevos autores.
Almas vivas al encuentro de nostalgias, las que trae la sierra
desde el pasado, las que brotan de las grietas de piedra de la Judería y se
hacen pergaminos y, más tarde, tesoros.
Un niño baja corriendo por la calle Deanes, camino de la
catedral. Lleva bajo el brazo un libro, y aventura en los ojos. No entiende de
lo antiguo, ni de bustos, ni de joyas encuadernadas. Pero su mente es despierta
y su corazón, cordobés. Su historia solo necesita una destreza para quedar
grabada, la que le dio su tierra: memoria.
María, quizás sea mi sensación, pero creo que este relato es una porción de una historia más larga, en el que por otra parte, se entremezclan varios mundos y tramas, como sucede en las calles con historias, donde los escritores solo deben sentarse a que las musas les iluminen. Espero que ese sea tu caso.
ResponderEliminarSaludos.
Mi espíritu se ha despertado de su secular letargo al evocar con tan hermoso lenguaje mi amada Colonia Patricia Corduba, e imaginar, llevado por tu fluido verbo, las palabras de Lucio Anneo Séneca y Marco Anneo Lucano, rebotando entre las viejas piedras del Foro Colonial. Y me ha invadido la nostalgia ante la entrañable imagen de ese inquieto niño corriendo por el Cardo Máximo hacia la ribera del Gran Betis.
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