La lluvia de verano
trae en el aire un intenso olor a tierra húmeda. Abandono las calles empedradas
y camino hacia el arroyo, dejando que los pensamientos se escapen con la misma
precipitación que las gotas al caer. Como en un ritual, ajena al mundo,
me despojo del vestido y la rutina. Me gusta sentir el suave tacto del agua
resbalando por mi piel, y deshacerme con ella en la corriente. Así, con
los ojos cerrados, espero tu llegada.
Las tormentas de septiembre
te trajeron un día consigo. La primera vez que te vi, estabas sentado junto al
agua, inmóvil, desdibujado con el paisaje. Ninguno fue consciente de la
presencia del otro hasta que un trueno nos sobresaltó y puso al descubierto
nuestro secreto. Por un instante, un amago de huida impulsó nuestros pies,
pero, perdido el miedo en la mirada, se esfumó la amenaza. Desde entonces,
regresábamos allí con la lluvia, silenciosos, compartiendo sonrisas empapadas.
Los vacíos en el aire
descubrieron tus palabras y se enredaron en mis tobillos, deteniendo el
mundo. Ya era tarde para emprender el camino de vuelta. La verdad se abría
paso en mis pupilas dilatadas.
Hoy, después de tres
veranos, al fin invades mi espacio y llenas de esperanza esta atmósfera
embrujada. Una promesa escapa de tus labios: "La próxima
tormenta", dices susurrándome al oído.
La sensatez no
entiende de tentaciones, pero el destino siempre hila muy fino.
Nadie podía imaginar
que el año que habría de venir sería de sequía.
María, una bonita historia de amor imposible lo que refleja este relato, por esa costumbre, muy mala por cierto, de dejar para el futuro lo que se puede realizar en el momento. Y máxime con el amor, que las oportunidades quizás solo se presentan una vez.
ResponderEliminarMe gustó cómo recreaste el encuentro de los dos personajes, muy original por otra parte.
Saludos.