La
llamada a concejo deja el pueblo en silencio. El viento de la modernidad
callejea por las cuestas empedradas silbando bajo las puertas de las casas,
pero nadie lo escucha; el bosque ha cerrado el cerco, y las ramas de los
árboles cimbrean aún más fuerte, ahogando el siseo. Dentro del salón, los
vecinos van desfilando frente a la diosa del progreso: un modelo a escala de la
nueva central eléctrica. Los forasteros invitados hablan de sus bondades y, con
cada palabra, se suavizan las manos agrietadas, se arrumban los aperos, y se
asfaltan los caminos. Se miran unos a otros, y asienten complacidos. Se
acomodan, aguardando al miembro más anciano de la comunidad.
Cuando Nicasio, el pastor, cruza el umbral, trae consigo
el olor del campo, su cayado, y un puñado de guijarros del manantial. Todos
saben de dónde viene. El hombre contempla la maqueta, meneando la cabeza. Las
Xanas no tienen voz ni voto, pero sí cantos rodados que atoran a su antojo la
bajada del arroyo a los riegos. La mitad de la asamblea tuerce el gesto; la
otra se encoge de hombros. Ya hablaron todas las partes. A puerta cerrada,
comienza la votación.
Mientras tanto, no lejos de donde se celebra la votación, candiles y quinqueles debaten clandestinamente en la alacena sobre su futuro. Saben que su hora ha llegado.
ResponderEliminarPero confían en las Xanas
María, un concejo muy dividido el que presenta este relato, como debe ser, puesto que en juego está cambiar el pueblo, el bosque, su mundo. Y como no, todos tiene voz, hasta las hadas. Consigues que al leerse, todos estemos allí, en el concejo.
ResponderEliminarOriginal y muy bien hilvanado este microrrelato, con un tema muy difícil. Me ha gustado mucho. Te felicito.
Saludos.
PD: Con tu permiso. Voy a recoger varias palabras de tu microrrelato para depositarlas en mi morral de expresiones que mejoran textos. Arrumbar, por ejemplo, me resulta sublime.