Las
tardes en casa de la abuela son cálidas y dulces. Ella prepara en la cocina sus
mejores pasteles. Miguel, en su oscuridad, va incorporando a su cerebro los
ingredientes que nunca ha visto, a través de sus aromas. La canela se convierte
en un remolino de viento suave; el caramelo, en una caricia para el paladar; el
chocolate, en una merienda en el parque; y la vainilla, en la tibia y agradable
sensación que acompaña al hogar.
De
repente, todos sus sentidos se detienen y de su interior brota un recuerdo
indeleble. Un familiar olor lo inunda todo. "¡Mamá ha llegado!”, exclama feliz.
Cuando los aromas hablan mudamente dulces palabras
ResponderEliminarMaría, un microrrelato muy sensorial y nostálgico, donde es sencillo colocarse en la piel de ese niño ciego, que acabará cocinando, eso seguro.
ResponderEliminarEs espectacular como la merma de un sentido agudiza otros, de tal manera, que se sustituyen. A veces, la naturaleza es sabia.
¡Buen trabajo!
Saludos.