En la penumbra, la dulce niñera tararea melodías infantiles mientras se afana con cada puntada. De su infancia conserva esos dedos que aprendieron a remendar sus desmembrados ositos, castigados por las burlas a las que fue sometida siendo niña.
Nadie recuerda a la huérfana,
gorda y huraña, que hablaba con los espejos. Ahora, los años le devuelven un
reflejo candoroso que cautiva a padres confiados.
El bebé ya no llora, y ella sonríe
pasando el hilo por la blanca y tierna piel, rellena de algodón. Cuando cambie
los ojitos apagados por los negros botones, conseguirá refrescarles la memoria.
Seleccionado y
publicado en la Antología del I Certamen de Microcuentos “99 crímenes
cotidianos y un responso”, de La Pulga Editorial.
¡Enhorabuena por esa antología, María!
ResponderEliminarUn microrrelato que no duele sino sangra al imaginarse la escena tan dantesca. Cuánta crueldad concentrada en una persona, primera al sufrirla y luego al aplicarla.
A seguir cosechando reconocimientos.
Abrazos.