Hoy te descubrí frente al espejo,
contemplando una imagen que no reconocías, y de nuevo se me partió el corazón
al ver tus lágrimas silenciosas. Ha sido mi mano la que ha acudido presurosa
para conducirte al rincón más especial de nuestra casa, frente a la vieja
librería, y, como cada noche, tus delicadas manos de pergamino han elegido el
libro rojo de la repisa. No hay ninguno igual a él; su intenso color destaca
sobre el ocre apagado que domina el enorme muro de papel. Lo has abierto
despacio, dejando que las hojas se deslizaran entre tus dedos, y te has
detenido frente a una palabra subrayada: "siempre". Esa señal parece
despertar un recuerdo apagado en tu memoria, porque veo cómo se cimbrea tu
figura de pies a cabeza.
Cada día estoy más seguro de que
esas letras, que segundos antes eran un confuso ejército de signos, se elevan
de improviso en el papel y forman una estrecha escalera de caracol para hacer
que tu espíritu ascienda. Intuyo en el brillo de tus pupilas los sueños
olvidados que, enredados en tus cabellos grises, los vuelven de un castaño
intenso, y cómo tu rostro apagado se transforma en una cara pecosa de ojos
vivos.
Conoces esa historia; yo la
escribí para ti. Narra atardeceres de otoño acompañados de nuestros besos, y
mañanas abrigadas al calor de las caricias. Lástima que, desoyendo mis deseos,
cerraste los ojos, y pude presentir cómo las emociones caían con suavidad a tus
pies, volviendo a ser frases ordenadas y silenciosas. Yo siempre espero tu
vuelta, sin moverme de tu lado, intentando ocultar el breve instante de dolor
de mi rostro. Me miras con reparo, preguntándote quién es el extraño que coloca
el libro en su lugar y te besa la mejilla.
—Siempre —te murmuré en voz baja. Pero
tú ya no me escuchabas.
Sentados en el sofá, he deshecho
las horas leyendo para ti, despertando los recuerdos compartidos y describiendo
con mi pluma hasta el más leve detalle. Te cuento, como si fuera la primera
vez, el instante en que me prendé de tu sonrisa al robarte aquel beso, en una
fría tarde de enero. Y a veces, Manuela, cuando el corazón empieza a añorar el
amor perdido, se me quiebra la voz y sujeto a duras penas el desaliento.
Pero hoy sucedió algo que merece
ser escrito en nuestro libro. Cuando una lágrima furtiva cruzó mi rostro, tú
detuviste la caída con una caricia. Me miraste confusa y me preguntaste: —¿Por
qué lloras, cariño?
Y ha sido en ese breve instante en
el que el destino nos regala un poco de presente, cuando nuestras almas se han reencontrado, mi vida. Quería que supieras que me has hecho el hombre más feliz
del mundo.
Con todo mi amor,
Antonio
Ganador del III Concurso de Cartas de Amor
de Holiday Rural. Febrero de 2015
¡Enhorabuena, María!
ResponderEliminarLeída otra vez esta carta aprecio su encanto que, para mí, radica en esa capacidad de agarrarnos de la mano desde la primera palabra y no soltarnos hasta la última como si fuésemos Manuela y estuviéramos recordando, sin recordar, viviendo sin vivir. Es muy nostálgica y sentida, y demuestra que el amor verdadero perdura aun sin memoria.
Justa vencedora y y me alegro mucho que vivieras una experiencia como la entrega de premios. Vivirás muchas más, seguro, Escritora.
A seguir.
Besos.