El
primer violín de la Sinfónica no es el mismo desde que tensó su arco sobre una
diosa de viento. Ahora, los acordes se tambalean por el alma de su instrumento
para detenerse, como temblorosas pompas de jabón, sobre la piel de la flauta
travesera. Su espíritu vibra en una fuga justo cuando ella, descarada criatura,
le sonríe maliciosa. Pero es ese condenado tatuaje descendiendo por su hombro
desnudo el que provoca el crescendo de sus notas y hace saltar chispas sobre
las cuerdas.
Ya
es la quinta partitura medio quemada de esta semana.
La
próxima vez, prenderá en llamas.
Las cuerdas tensas se cobran su tributo al frotarlas. Y todo por un suspiro a lo largo del tubito...
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