sábado, 13 de octubre de 2018

La bruja



No fue mi intención pisar al chihuahua de aquella señora mientras jugaba en el parque con mi labrador, y mucho menos romperle una oreja. Debía ser como un hijo para ella, porque el minúsculo animal iba ataviado con un pijama azul y un chupete colgado del collar. No hubo disculpa válida para consolar a la mujer que, mientras se marchaba, profirió una maldición que me dejó de piedra. Literalmente. 
Cuando me ha encontrado el guarda, ha pensado que la ropa que ondea sobre mi inmóvil figura es fruto de una gamberrada, y ha decidido acomodarme entre las estatuas del estanque como mi madre me trajo al mundo. Lo cierto es que las miraditas de las féminas que pasan son de lo más estimulantes. Pero me preocupa mi perro, que se ha quedado solo dando vueltas por el césped, preguntándose dónde diablos han ido a parar su amo y su frisbee favorito.

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