Aquí está el cuarto desafío. El sistema educativo en California.
A ver qué ha salido esta vez...
La
puerta del ascensor se abrió, y John
salió al vestíbulo de la tercera planta. Nunca le había gustado cómo olían los
hospitales, tal vez porque todas las razones que le habían llevado hasta allí
habían dejado recuerdos desagradables en su memoria. Aquella ocasión no era una
excepción. Se encaminó hacia la habitación trescientos diez a paso lento, con
el corazón pesado como una losa y mil preguntas en la cabeza. A la mitad del
pasillo se cruzó con una chica que lo miró con curiosidad. Pensó que ya la
había visto en algún otro momento, porque su rostro le resultaba familiar.
Bajó
la mirada perdido en sus propios pensamientos y empujó la puerta que estaba
entreabierta. La habitación estaba en penumbra, pero, casi al instante, pudo ver a Susan
postrada sobre la cama. Permanecía con los ojos cerrados y aspecto sereno.
Finalmente pudo distinguir las vendas alrededor de sus muñecas. Esta vez casi
lo había conseguido. John sintió una punzada de remordimiento en el estómago.
La
primera vez que intentó quitarse la vida solo era una amiga de su niñez, y
había muchas cosas de ella que desconocía. Pero aquello no debía haber
sucedido. Susan era ahora su chica, y tenía haber sabido que algo no iba bien.
O, al menos, que las cosas no irían bien
después de soltarle aquella noticia justo el día en que ambos se graduaban. Cómo iba a pensar que…
Edward
Miller dejó las gafas sobre la mesa de su despacho, se frotó los ojos y se
recostó sobre su sillón. Tenía la sensación de que sus movimientos se habían
vuelto repentinamente lentos y pesados. Estaba completamente agotado. Desde que
había decidido tomar las riendas de aquel instituto en Compton, al norte de Los
Ángeles, veinte años atrás, no había dejado de enfrentar situaciones que se
escapaban de la normalidad. Había llegado incluso a pensar que la realidad se volvía surrealista cuando se traspasaban
las puertas de aquel centro. Aún así, había logrado que el nivel académico
fuera el deseado, y que el Hamilton High School tuviera el mejor equipo de
baloncesto del Estado. Pero días cómo este le hacían plantearse si todos
aquellos años habían merecido la pena.
John
miró a la mujer que ocupaba el sillón junto a la cama. Había visto a la madre
de Susan en contadas ocasiones, a pesar de conocer a su hija desde primer
grado. Ignoraba quién era su padre, o si vivía con ellas; jamás le había
hablado de él. La mujer se levantó y lo saludó con una sonrisa tranquila. Eso
le animó a acercarse. Agradeció que no
lo fulminara con una mirada acusadora, ni le hiciera algún reproche. Tal vez
aún no supiera que él era el responsable de que Susan estuviera en aquel
lamentable estado. No sabía muy bien qué decir. Se ofreció a quedarse un rato
mientras la mujer salía a descansar y a tomar algo. Pareció agradecerlo. Se
sentó en el sillón, que ahora había quedado libre, y acarició la mano de la
chica. Parecía tan vulnerable como la primera vez que la vio… doce años atrás.
—Te sangra la nariz.
—Lo sé, me pasa a
menudo. Es porque me pongo nerviosa. ―La niña de las trenzas se puso
rápidamente un pañolito presionando la nariz—. ¿Te asusta la sangre?
—¡Qué va! A mí no me
da miedo nada —contestó el chico—. Bueno, salvo el perro de mi vecino, que es
enorme y muy negro, y con los ojos muy juntos, y siempre que salgo para la
escuela me gruñe así —dijo, enseñando los dientes y poniéndose bizco.
—A mí no me dan miedo
los perros. Solo me ponen nerviosa.
—¿Y por qué estás
nerviosa ahora? Te sangra la nariz.
—Es porque es el
primer día de cole y no conozco a nadie.
—Me llamo Johnny.
Ahora me conoces a mí. Ya puedes dejar de sangrar —animó el niño.
—Mi nombre es Susan, y
mi nariz no es un grifo. No puedo cerrarlo sin más.
Los niños se miraron
un segundo, y se echaron a reír.
Durante los seis años
que pasaron en la escuela elemental, habían sido inseparables. A Susan le
gustaba llevar la voz cantante. Presumía de cumplir años antes que nadie, y esa
diferencia de meses le daba cierta supremacía a la hora de elegir los juegos y
organizar las actividades. John se dejaba llevar, y eso le supuso, hasta sexto
grado, obtener su favor a la hora de hacer deberes; no en vano era la más lista
de su clase. Pero era obvio que su inteligencia se desaprovechaba en aquella
escuela de Compton y, animada por su maestra, la madre de Susan la llevó a un
colegio especial para niños superdotados, en Summerville.
El primer año de John
en la Senior School había sido complicado al principio. De repente cayó en la
cuenta de que había estado tan unido a su amiga, que se había olvidado de
establecer nuevas relaciones de amistad y se sintió algo perdido. Pero era
obvio que, a los doce años, la vida no deja de brindarte oportunidades y nuevos
descubrimientos. Poco tiempo después estaba dentro del equipo senior de
baloncesto y contaba con un nutrido grupo de amigos, dentro y fuera del equipo.
Por eso fue toda una sorpresa cuando, al año siguiente, en octavo grado, Susan
se incorporó a las clases a comienzo de curso. Apenas se habían visto un par de
veces desde que se había marchado.
—Hola, Susan, ¡menuda
sorpresa! ¿Qué haces aquí?
—He vuelto para
quedarme. ¿No te parece fantástico?
—Claro. ¿Qué ha
pasado? ¿Ya no eres tan lista como el año pasado? —dijo, bromeando.
—Digamos que parecer
tonta es bastante más fácil de lo que pensaba —respondió con satisfacción—.
Quería regresar.
—¡Eso es genial! —John
miró el reloj—. Lo siento, Susan, tengo entrenamiento, me tengo que marchar; ya
nos veremos.
Ella lo detuvo,
sujetándolo por el brazo.
—¡Espera! ¿Eso es
todo? —Parecía enojada.
—¿A qué te refieres?
—preguntó sin comprender.
—Si estoy aquí, es por
ti. Te echaba mucho de menos.
—¿Por mí? —Él no tenía
muy claro cómo interpretar aquella confesión—. Hagamos una cosa. ―Intentaba
pensar con rapidez—. Quedemos después de clase. Así podremos ponernos al día de
todo lo que hemos hecho durante este tiempo. ¿Te parece?
—Está bien. —Sin
embargo, la chica no parecía muy convencida—. ¿Por qué me miras así?
—Te sangra la nariz
—respondió él.
John volvió desde sus
recuerdos a aquella habitación de hospital. Sintió que esa escena del pasado se
había vuelto a repetir apenas unas horas antes. Distinto momento, distinto
lugar, pero los mismos personajes. Se dio cuenta de que la historia siempre
había sido la misma. ¿Y sus sentimientos? ¿Habían sido los mismos? Intentaba
comprender cómo había dejado que se atara de aquella manera a él. Acababan de
terminar el High School, tenían apenas dieciocho años, y toda una vida por
delante. Claro que la quería, pero quizás era pronto para que todo su futuro
girara en torno a su relación. Esperaba que ella lo comprendiera, que por una
vez supiera entenderle. Pero no había sido así…
—Me ha gustado mucho
tu discurso, Susan.
—¿De veras? —Ella rió
y le besó con pasión en los labios—. ¡Pero si me has escuchado ensayar cientos
de veces!
—Lo sé, pero verte en
lo alto del estrado, tan guapa y tan segura de ti misma, me ha dejado
impresionado ―aseguró John, poniendo los ojos en blanco.
—¡Eres tonto de
remate! —dijo ella cogiéndole la mano—. Vamos a saludar a tus padres; aún no
los he visto.
—Un momento, Sue… —Él
permaneció clavado en el suelo―. Necesito decirte algo.
La chica se volvió
intrigada. John no sabía por dónde empezar. Había estado dándole vueltas al
tema durante toda la noche, y sabía que ese era el momento. Al fin y al cabo,
acababa de decir, frente a todo el instituto, que ahora era el momento en que
cada uno elegiría el camino a seguir para su futuro.
—Me han llamado de
Stanford. Parece ser que finalmente me van a conceder la beca de deportes y
quieren que asista a su Universidad el próximo curso. —Hablaba sin saber hacia
dónde mirar. Temía encontrarse con los ojos de ella—. No puedo rechazar una
oferta así, Susan. La universidad es muy cara, ya lo sabes, así evitaré que mis
padres tengan que pedir ese crédito. Sé que habíamos hablado de ir juntos a la
Universidad de Richmond, pero esta beca me permitirá estudiar y hacer lo que
más me gusta en el mundo, jugar a baloncesto. En cualquier caso no estaremos
demasiado lejos. Podremos vernos con frecuencia. —Él alzó la vista para
enfrentar su mirada por primera vez. Ella lo observaba impasible.
—Creía que lo que más
te gustaba en el mundo era estar conmigo.
John estaba
estupefacto. No era esa la reacción ni las palabras que esperaba escuchar. Se
quedó completamente desorientado.
—Claro que me gusta
estar contigo. ¿Pero eso qué tiene que ver con lo que te estoy contando? Te
estoy hablando de mi futuro.
—¿Y qué pasa con el
mío? He dedicado todos mis esfuerzos a ayudarte en tus estudios cuanto he
podido. Nos hemos pasado juntos horas y horas pegados a los libros para
conseguir el mayor éxito académico. Yo solo quería que nuestras metas fueran
paralelas. Y mira ahora. —Su voz empezaba a delatar sus verdaderos
sentimientos—. Por culpa del maldito baloncesto eres capaz de dejarme tirada
como a una colilla. Yo renunciaría a cualquier cosa por ti.
—No puedo creer lo que
me estás diciendo. Me estás pidiendo que sacrifique una oportunidad única de
manera innecesaria. Aceptar esta oferta no significa que vaya a dejarte, Susan.
¿Acaso crees que ha sido fácil para mí? Me ha costado mucho decidirme. Estoy
enamorado de ti, pero sé que es esto lo que debo hacer. Quizás ahora temas la
distancia. No sé, tal vez más adelante puedas entenderlo —dijo, encogiéndose de
hombros—. Sinceramente, esperaba que confiaras más en nuestra relación.
—Entonces se dio cuenta de que un pequeño hilo rojo surgía de la nariz de la
decepcionada chica, y le ofreció un pañuelo—. Estás sangrando, Susan.
Nada le hizo pensar,
mientras la veía alejarse hacia los aseos, que la siguiente vez que la viera
estaría tirada en el suelo y bañada en un charco de sangre. Cuando llegó junto
a ella, le pareció estar viendo algo irreal. Apenas oía los gritos de las
compañeras que la habían encontrado. Todo a su alrededor parecía darle vueltas
entre el ir y venir de la gente. Los segundos parecían pasar a cámara lenta.
Aquello no podía estar pasando. Sentía ganas de vomitar, y sintió que sus
piernas empezaban a perder fuerza. Por fin alguien le salvó de aquel escenario
de pesadilla y tiró de él, alejándolo de ese lugar. No recordaba cómo consiguió
llegar hasta donde estaban sus padres. Entonces, como un fogonazo, le vino a la
memoria quién lo había sacado de allí. Había sido la chica que se había cruzado
momentos antes en el pasillo.
El director hizo pasar
al agente. No era la primera vez que la policía había tenido que acudir al
centro. En todos sus años de experiencia había podido comprobar que cada
familia era un mundo aparte, y que los conflictos y problemas que se generaban
en su seno se reflejaban a diario en las aulas. Por ellas habían pasado cientos
de espíritus maleables y deseosos de ser escuchados; pero aquello era un centro
público y, aparte de la formación académica, no existían muchos más recursos
para transformar a unos jóvenes que no eran más que una prolongación de lo que
había en la sociedad: violencia e incomunicación. La primera le había llevado a
instalar un detector de metales en la puerta de entrada. La segunda había
derivado, finalmente, en una chica intentando quitarse la vida en sus
instalaciones.
—Un día movidito; ¿eh,
Miller? Vaya manera de terminar el curso.
—Sí, efectivamente no
ha sido un buen día. ―Edward quería acabar cuanto antes con ese encuentro.
Necesitaba algo más de tiempo para asimilar lo que había ocurrido. Jamás pensó
que aquel día terminaría así―. ¿En qué puedo ayudarle? Creí que ya tenían todo
lo que necesitaban.
—Ciertamente. Solo
quería preguntarle algo. ¿Estaba usted al tanto de que no era la primera vez
que esta chica intentaba acabar con su vida?
Edward Miller estaba
estupefacto. Aquello no hizo más que corroborar su idea de que era sumamente
difícil acceder al mundo particular de los alumnos, y que sería complicado que
las cosas cambiaran, visto cómo funcionaba el sistema. Faltaban muchos eslabones
en la cadena de comunicación. La única manera de saber que uno de sus alumnos
necesitaba ayuda era descubrirlo portando un arma en su mochila. Por suerte,
aquello solo había ocurrido una vez.
La madre de Susan no
tardó en regresar. Parecía cansada. John sentía la necesidad de contarle lo que
había pasado. Algo en su interior le decía que desprenderse de esa carga lo
haría sentirse algo mejor. Lo que no tenía muy claro era si contar el motivo
que hace que una hija intente suicidarse, fuera cual fuese, iba a hacer sentir
mejor a una madre. Lo cierto es que no pareció sorprenderse demasiado. Miró a
John con una expresión que él percibió como lástima. ¿O quizás era
preocupación? Él no supo cómo definirla.
—Mira, John —comenzó a
decir—, no sé hasta qué punto conoces a Susan, es probable que más que yo, pero
tengo la sensación de que desde pequeña ha tenido un miedo atroz a sentirse
abandonada. Su padre se fue de casa, para no volver, cuando ella apenas contaba
cuatro años, pero el recuerdo de aquella ausencia ha estado presente toda su
vida. Siempre ha sido muy reservada. He intentado acercarme a ella en muchas
ocasiones, pero ha sido como estrellarme contra un muro. Ya pasé por esto
anteriormente —sus ojos se humedecieron—, cuando intentó quitarse la vida tomándose
un frasco entero de tranquilizantes. Todavía ignoro por qué lo hizo. Siempre he
pensado que fue una llamada de atención, algo no funcionaba en su interior y
esa fue su manera de manifestarlo.
Él recordaba
perfectamente aquel sábado. Se enteró casi de casualidad de lo que había
ocurrido. Se encontraba visitando a su abuelo enfermo, cuando ella ingresó en
el hospital. Aquello no debía saberse y nunca dijo nada en el instituto;
sentirte señalado allí era casi tan duro como sentirse ignorado. Cuando sucedió,
hacía tiempo que habían dejado de ser los amigos de la infancia. Después de
aquella pequeña charla el día que regresó a Compton, temió perder la
estimulante vida escolar que había comenzado sin ella. Vida que, por alguna
razón, ella intentaba volver a llevar a su terreno constantemente. La forma de
controlar su tiempo cada segundo llegó a agobiarlo de tal manera que empezó a
evitarla. Finalmente ella se alejó y le dejó seguir su camino. En cierta forma
le perdió la pista.
—Pero hace seis meses
todo cambió. —La mujer lo miró y sonrió—. Susan empezó a salir contigo, y su
carácter ya no era el mismo. Estaba feliz. —Volvió la cabeza para mirarla—. No
esperaba que volviera a hacer una cosa así. Pero tú no tienes la culpa. Tal vez
sea yo la única culpable por no conocer mejor a mi propia hija.
John intentó recordar
si había alguna señal que hubiera pasado por alto y que le hiciera pensar que
Susan podía hacer algo así. No lo comprendía.
—¿Puedo venir mañana a
visitarla? —Necesitaba salir de allí y pensar en todo lo ocurrido.
—Claro. Puedes volver
cuando quieras. Mañana podréis hablar
—Por cierto —dijo,
volviéndose desde la puerta—, ¿ha venido alguien a ver a Susan antes que yo?
—Sí. Una antigua
compañera del Club de Ciencias. Creo que me ha dicho que su nombre era Maggy o
Megan. No lo recuerdo muy bien.
—Ah, sí. En fin, hasta
mañana entonces. —John salió de la habitación. No tenía ni idea de quién era
aquella chica.
Miller se dirigió
hacia la salida. Una vez en la calle los problemas quedarían atrás. Al menos
hasta el próximo septiembre. Ansiaba unas vacaciones. Al pasar junto al arco
del detector, un escalofrío le recorrió la espalda. Odiaba aquel aparato. Le
recordaba que ya no había ningún lugar seguro, ni siquiera un colegio de
secundaria. Pensó en la razón que había llevado al Ministerio de Educación a
colocar aquello allí: Megan Carter. Una chica brillante de diecisiete años en
su penúltimo curso. No podía imaginar qué pasaba por la cabeza de aquella chica
para ir en posesión de un revólver. Si no hubiera sido porque alguien lo vio en
su mochila, quién sabe qué hubiera pasado. No podía olvidar los ojos de miedo
en su rostro al sentirse descubierta. Se preguntó qué había sido de aquella
chica después su expulsión.
Aquella noche John
apenas pudo dormir. Los acontecimientos del día pasado lo asaltaban una y otra
vez. Tenía miedo por Susan y también por él. Sentía que cualquier cosa que ella
hiciera los arrastraría a ambos. Por mucho que lo deseara no podía apartar de
su mente la idea de que ella no concebía su vida sin él. ¿Así debía ser el
amor? Lo ignoraba, carecía de experiencia suficiente. Pero esa sensación, lejos
de abrumarle, empezaba a asfixiarle.
Había sido tan
diferente cuando se reencontraron aquel invierno en la fiesta de la reina del
baile… Entonces salía con Sally, la capitana de las animadoras, pero aquel día
se encontraba indispuesta y lo dejó plantado. Entonces apareció ella. Casi se
había olvidado de que existía. Al parecer ella también, porque le ignoró toda
la noche. John se dedicó a observarla, mientras hablaba con todo el mundo y
reía sin parar. Se acercó a ella para saludarla, y en un instante quedó
atrapado en su conversación. Parecía tan diferente, tan serena, tan misteriosa…
Aquella noche terminó, sin saber cómo, enredado en su pelo y en sus besos, y,
sin haberlo planeado, acabaron haciendo el amor.
—¿Estás segura de que
quieres, Sue?
—Lo estoy —dijo,
cerrando la puerta del aula. Él no podía controlar ya sus manos. Retiró un
segundo la cara hacia atrás y sonrió—: Sí, sí que estás segura.
—¿Por qué dices eso?
—Ella parecía intrigada.
—Porque no estás
nerviosa. No te sangra la nariz.
Cuando llegó al
hospital, Susan estaba despierta. Le sonrió al entrar y se incorporó en la
cama. Parecía bastante recuperada. John no tenía muy claro qué decir. Deseaba
preguntarle por qué había hecho algo así y confiaba en que ella tomara la
iniciativa. Era una experta en hacer que cada palabra tuviera sentido hasta
convencerte, sin saber cómo, de que tenía siempre la razón de su lado. Le
gustaba esa capacidad innata de ella. Excepto cuando la usaba contra él.
—Lo siento, John, lo
siento mucho —empezó a decir mientras le abrazaba—, no quería asustarte así.
Sentí pánico cuando me dijiste que te ibas a marchar. No puedo imaginar cómo
sería mi vida si tú no estuvieras en ella.
—Supongo que
diferente, Sue, solo eso. Las relaciones van y vienen, y nadie deja de tener
nuevas ilusiones por ello.
—Tú no lo entiendes.
Yo te necesito. Igual que tú me necesitas a mí. Hacemos tan buena pareja…
Hubiera sido una pena terminar con una historia como la nuestra solo porque
querías ir a estudiar a otra universidad.
Él se apartó
bruscamente de ella. —¿Quería? —No daba crédito—. Sigo queriendo hacerlo,
Susan. Voy a marcharme a Stanford el próximo año. Sería absurdo no hacerlo. Lo
absurdo es que hayas intentado matarte para evitarlo.
Ella parecía no
entender. John sintió que necesitaba salir de aquel lugar; no podía dejar que
siguiera hablando. Se giró en dirección a la puerta.
—Estoy embarazada.
Sus palabras cayeron
como una maza sobre su cabeza. Eso no podía estar sucediendo. La habitación le
daba vueltas, y se apoyó sobre el marco de la puerta. Aquella noticia lo
cambiaba todo.
—¿Embarazada?
—preguntó con un hilo de voz.
—No quiero que nadie
lo sepa de momento. Estoy demasiado asustada para enfrentar los reproches de
nadie. Ahora ya sabes por qué me entró pánico cuando me dijiste que te ibas. No
quiero pasar por esto yo sola.
—No estarás sola. Yo
estaré contigo. —De repente, John sintió que el alma se le caía a los pies.
Edward Miller se
encaminó por el pasillo en la dirección que le había indicado la enfermera. No
quería marcharse de Compton sin antes saber cómo se encontraba Susan. Era algo
que debía hacer. Había una joven sentada en una de las sillas del corredor, que
lo miró, y la saludó con la mano. Era obvio que le conocía. Entonces la
recordó. Era Megan Carter. Le pareció curioso encontrar a aquella chica allí,
precisamente el día que le había venido su nombre a la memoria. Tal vez
conociera a Susan y hubiera ido a visitarla. El cansado director sintió que en
ese momento necesitaba pasar el trance de la visita y marcharse a descansar
fuera del condado. Todo le recordaba al instituto, y aquel año había sido
demasiado duro para él. Aquellas vacaciones le vendrían bien.
John chocó al salir
con el director del instituto, que entraba en la habitación. Lo saludó con un
gesto y salió con el rostro apagado al pasillo. La chica desconocida lo abordó
de inmediato.
—Hola, John. Imagino
que no me recuerdas.
—Eres amiga de Susan,
¿no? —No tenía demasiadas ganas de hablar—. Y quien me sacó de los aseos ayer
por la tarde. Gracias.
—Escucha. Me gustaría
hablar contigo. ¿Podemos ir a tomar un café?
—No es buen momento.
Ahora necesito irme a casa.
—Soy Megan Carter, la chica que expulsaron el año pasado del instituto
por llevar un arma encima. ―Se presentó―. Necesito hablarte de Susan, hay cosas
que deberías saber.
John fue con ella.
Miraba a aquella chica con gafas y ojos pequeños. No la recordaba demasiado
bien. En realidad solo su nombre, por la expectación que había levantado aquel
asunto del arma. Había tantos alumnos en el Hamilton High School que era
complicado conocer a todos ellos. Especialmente cuando se trataba de chicos que
se movían en otros ambientes y que vivían apartados de la vida social que se
generaba dentro del instituto.
—Conocí a Susan en
primer curso en la Senior School, hace seis años —empezó a decir—. Entró en el
club de ciencias y nos hicimos amigas. Creo que fue cuando empezaste a pasar de
ella. Yo siempre he sido bastante tímida, y ella era completamente opuesta a
mí; por eso nos volvimos inseparables. Al principio recuerdo que pasaba mucho
tiempo hablando de ti, hasta que de pronto dejó de hacerlo. Pero ¿sabes?, ella
seguía tus pasos. Me llevaba a ver tus partidos cuando jugabas, e incluso a
veces te seguíamos cuando salías por ahí con tus amigos.
—¿Cómo dices? —Él hizo
una mueca de asombro.
—Sé que es totalmente
ridículo. Llegó el momento en que ya no me gustaba ese juego de espionaje pero…
―ella pareció meditar sus palabras― … no sé cómo, había conseguido que fuera
totalmente dependiente de ella. Se había hecho dueña de mi tiempo y, cuando
quise darme cuenta, no tenía más amigas que ella. No soy ni simpática ni guapa,
y suelo pasar desapercibida por donde voy, y pensé que probablemente me
quedaría sola. Al menos eso solía decir ella.
—Él conocía
perfectamente esa faceta de su personalidad. Pero escucharlo desde fuera daba
algo de miedo.
—Ha estado obsesionada
contigo desde entonces.
John se dio cuenta por
primera vez de que aquella obsesión venía de más lejos.
—Pensé que tal vez
aquella manía persecutoria se le terminaría pasando —continuó diciendo —. Lo
cierto es que no conocía a Susan de ninguna otra forma. Me sentía como si la
única razón de que estuviera en su vida fuera hacerle de tapadera –la chica
suspiró—, pero entonces vino lo de las pastillas.
—¿Sabes por qué las
tomó?
—Porque tú empezaste a
salir con Sally. Se ponía enferma cada vez que te veía con ella. —La chica bajó
la mirada—. Yo le facilité los tranquilizantes. Mi padre es médico, y le robé
un frasco de su consulta. La idea era tomarse las pastillas y llegar al
hospital antes de que le hicieran efecto. No sé cómo me dejé convencer. Dijo
que aquello era lo último que me pediría. Pensaba que, si tú la veías en aquel
estado, te darías cuenta de lo que te importaba y correrías en su busca.
—¡Pero si yo la había
sacado de mi vida completamente! Eso fue una estupidez.
—Pero acudiste al
hospital a verla.
—Fue pura
coincidencia. Yo estaba allí cuando la ingresaron.
—Ella no lo creyó así
y, aunque seguiste saliendo con esa chica, ella estaba convencida de que en
realidad la querías. Solo que… no te habías dado cuenta aún. Yo sabía que no
cejaría en su empeño de llegar hasta ti, y esa obsesión hizo que me asustara de
veras y decidí acabar con nuestra amistad.
—Y no te dejó.
—Aquello le sonaba.
—Fui hasta su casa,
era la primera vez que lo hacía. Tenía en su cuarto un corcho lleno de fotos
tuyas con la animadora. Aquello era demasiado para mí, y le dije que estaba fatal
y que necesitaba ayuda, que mi padre conocía a gente… —Un escalofrío le cruzó
la espalda—. Se volvió loca, me gritó, me amenazó con destrozarme la vida. Por
Dios bendito, ¿cómo una chica de diecisiete años podía estar tan pirada?
—¿Cómo he podido estar
tan ciego? —La pregunta se la dirigió a Megan, pero se la estaba haciendo a él
mismo.
—Entonces empezó a
sangrar por la nariz, como le ocurría siempre, y yo salí de allí muerta de
miedo.
—Sí, los nervios
siempre le juegan esa mala pasada.
—Te equivocas, John.
No son los nervios los que la hacen sangrar. Le ocurre cuando ya no tiene el
control de la situación. Creía que ya te habías dado cuenta. ―El rostro de la
chica se ensombreció―. Al día siguiente se comportó conmigo como si nada
hubiera pasado , solo que… ―apenas le salía la voz del cuerpo― al salir de
instituto el director me paró y me hizo enseñarle mi mochila. Estoy segura de
que fue ella quien puso aquello allí.
Un pensamiento extraño
llevó a John a recordar aquella indisposición repentina de Sally. ¿Habría
tenido Susan algo que ver? Pensó que la cabeza iba a estallarle.
—¿Por qué has venido a
contarme esto ahora, Megan? ―preguntó, intrigado.
—Supe hace unos meses
que estabais juntos. Cuando me ocurrió aquello, pensé que era el momento de
alejarme de ella, y mi expulsión del centro me abrió un nuevo camino. Yo
también me he graduado este año, y me marcho del Estado. Digamos que la
distancia y el tiempo han hecho que le pierda el miedo a Susan. Ayer fui al
Hamilton a contártelo, pero me encontré con aquella horrible escena.
John cerró los ojos
aturdido. Si todo aquello era cierto, estaba a punto de entregar su futuro al
mismísimo diablo. Megan se levantó de la silla. Entendió que el chico
necesitaría su espacio para asimilar todo lo que le había contado. Él la miró;
estaba pálido como el papel.
—Susan está
embarazada.
Ella lo miró incrédula y, tras un instante de silencio, le dijo―: No me
lo creo. Es una mentirosa. ―Y,
saludándolo con la cabeza a modo de despedida, salió de la cafetería.
John entró como un
rayo en el hospital. Enseguida encontró a la madre de Susan hablando por el
móvil. Ella colgó al instante, al ver la expresión de su cara.
—¿Puedo hacerle una
pregunta? —Necesitaba solucionarlo cuanto antes—. ¿Está Susan embarazada?
Ella lo miró
sorprendida. Pero luego entendió el motivo de sus dudas
—No, no lo está. Puedes
estar tranquilo, esa no ha sido la razón de lo que hizo –siguió diciendo—.
Cuando una chica de su edad llega aquí después de intentar quitarse la vida,
esa es una de las primeras causas que intentan descartar los médicos.
—Gracias.
Cuando entró en la
habitación, Susan parecía perdida en su mundo, mirando al techo. Al verlo fue
como si una corriente de energía la hubiera recorrido, y empezó a hablar sin
parar.
—Aquí está mi chico.
Te estaba esperando. Tenemos que hablar de muchas cosas. Ya sabes, pensar cómo
vamos a organizarnos el año que viene, y esos detalles. He pensado que sería
buena idea irnos a vivir juntos, será lo mejor en mi estado. ¿No le habrás
dicho nada a nadie? ¿Verdad?
John la miraba en
silencio. De repente, la vio como una extraña. Necesitaba ayuda, de eso no
cabía la menor duda, pero él no iba a poder dársela.
—Susan, deja de
hablar. Necesito que me escuches. ―Mientras hablaba, no sabía si sentir rencor
o lástima por ella—. Sé que no estás embarazada, tu madre me lo ha dicho.
También conozco todo lo que has hecho por estar cerca de mí, y lo cierto es que
no sé si alguna de esas cosas puedo calificarlas como racionales. En realidad,
ni siquiera sé si son legales en este Estado. Pero puedo decirte que no voy a
dejar que sigas obsesionada conmigo de esta manera. Voy a marcharme. Ya no hay
nada ni nadie que pueda evitarlo. ―Aquel era el momento para sacarla
definitivamente de su vida—. No quiero que permanezcas en mi mundo, Susan. Al
menos hasta que hayas buscado ayuda y puedas relacionarte con la gente de una
manera normal.
Ya lo había hecho.
Había dejado de formar parte de su existencia. Ella lo miraba entre horrorizada
e iracunda.
—¡No puedes hacerlo!
¡Te prohíbo que me dejes! ―gritaba, fuera de sí.
John se acercó a ella
y sacó de su bolsillo un pañuelo que depositó en su mano. La chica lo miraba
sin comprender.
—Vas a necesitarlo
—dijo, dándole la espalda—. En unos instantes tu nariz empezará a sangrar como
un grifo.
Y salió de aquella
habitación con la sensación de haber despertado de un sueño. Un despertar que
había dejado su espíritu en completa libertad.
Yo no sé si la imagen acorde a este relato es un ojo o debería ser una nariz sangrante jejeje (es broma, queda mejor un ojo)
ResponderEliminarUn consejillo: ¿sabes que se puede hacer una entrada más corta y luego un "leer más" para continuar leyendo? Así te quedaría más estético el blog y no este pedazo de chorizo, que en la travesía no se nota porque el cuerpo del mensaje es más ancho... Se llama "salto de línea" y lo tienes donde editas las entradas. Es una especie de folio partido en zig-zag... lo colocas en la línea que te apetezca y andando (si tú quieres).
En cuanto a tu texto, ya sabes mi opinión en la travesía, aunque se me ha olvidado algo, más bien una pregunta, a ver si no meto la pata esta vez, jajajaja no he sido capaz de enlazar este relato con los anteriores de tu país... Allí da igual porque esto de enlazar ha sido cosa nuestra pero… ¿Me lo explicas, amiga, sin dejarme como una lerda en tu explicación??? jajajajaja
Creo que al final, a la que le ha quedado un chorizo de comentario ha sido a mí.
Entre chorizo y chorizo, aquí vengo a decir que me gustó... y a la institutriz también XDDDDD
ResponderEliminarjajajaja.... vuestros comentarios dan hambre.
ResponderEliminarVoy a hacer ahora mismo lo de acortar el chorizo a ver si sale. Gracias por decírmelo.
Ay Sarita Sarita. NO podía quedarme sin personajes ( vamos como te acaba de pasar a tí jeje)y puse dos nuevos a ver si ampliamos miras.... pero no creas..... ya los engancharé donde pille.
No te creas, aún me quedan el suegro del escupitajo de leche... Los recién casados, la hermana de Paul... Ya veré de donde tirar jejeje
ResponderEliminaranda!!! Me había olvidado del colega del escupitajo.... jajaja ¿ese sabría leer la carta?
ResponderEliminarVeo que la carta os tiene intrigadísimas... Seria una pena que Raquel la perdiese... Jajaja
ResponderEliminar