Incrédula,
Sofía volvió a mirar el baúl que se había quedado completamente vacío.
Permaneció sentada junto a él, acariciando su contorno y dejándose envolver por
el noble aroma de su madera, mezcla de incienso y otoño. Asomó los ojos por
encima de sus bordes para comprobar, por enésima vez, que todos los tesoros que
había contenido hasta ese momento habían desaparecido.
Ernesto
la había invitado a levantar sin miedo la tapa para que el aire fresco
penetrara en su interior y entrara, por fin, un poco de luz. No sospechó que
todo el Amor, que libremente se dejó guardar, necesitara coger perspectiva y
evaluar los daños. Segura de sí misma, lo dejó hacer y se olvidó de él toda
una semana.
El
lunes, las Palabras de ternura escaparon volando. Eran tantas las que se habían
acumulado y que jamás volvieron a usarse, que se sentían incómodas y atenazadas
allí dentro y, en cuanto notaron que su espacio crecía, vieron el cielo
abierto.
El
martes, la Necesidad empezó a menguar sin previo aviso, y se hizo tan pequeña
que se coló por el hueco de la cerradura.
El
miércoles, la Pasión, que había permanecido dormida hasta entonces porque nadie
la rozaba, sintió la luz del sol y salió a buscar la calidez de sus rayos.
El
jueves, el Deseo escuchó su propio eco fuera de aquel escondite, y la
curiosidad hizo que saliera a explorar. Ya no encontró el camino de regreso.
El
viernes, la Ilusión halló tanto espacio que comenzó a inflarse con las
expectativas, y se elevó como un globo a toda velocidad en dirección a las
nubes.
El
sábado, la Felicidad se sintió muy sola porque todos la habían abandonado, y se
convirtió en una sombra de lo que era, deslizándose entre las bisagras.
Al
llegar el domingo, Sofía regresó para cerrar el baúl y dejar a buen recaudo sus
bienes más valiosos. Fue cuando descubrió consternada que ya no quedaba nada.
Entonces
las lágrimas empezaron a brotar en un sollozo incontrolado, y se sintió
desfallecer. Por primera vez, se dio cuenta de que debió haber estado
vigilante y atenta a la demanda de todas las emociones que le habían sido
entregadas.
Y
cuando su alma, herida de muerte, estaba a punto de rendirse al desamor,
escuchó la voz de su corazón. Le decía que Ernesto no la había olvidado. En un
rincón de aquel arcón había dejado un beso para ella. Lo cogió con cuidado, se
lo llevó a los labios y, después, se quedó dormida esperando su regreso. Aún
había Esperanza.
Publicado en el libro “La Pluma del Guirre”, editado por la
Asociación Cultural Alcorac 1968, de Telde (Gran Canaria).