Estas
humedades que me están matando han dejado un color desvaído bajo mis ojos. Se
ve que mi piel no está hecha para el frío de esta casa y, con cada grado en
descenso, se extienden hacia el resto de mi rostro. Ya no importa que las cubra
con una capa de pintura para devolver el arrebol a mis mejillas. El aliento
gélido de tus palabras hace que afloren de nuevo, agusanadas y blandas.
Me
gusta esta nueva palidez que camufla mi cuerpo en el blanco roto de la pared.
Lo prefiero al rojo chillón que tiñe mi boca cuando eres tú quien descubre mi
fantasma.