Vendió
su alma al diablo por alcanzar el poder. Aplastó con él a cuantos se
interpusieron en su camino. Eliminó desde el más peligroso tiburón hasta su
insignificante jefe de mantenimiento, cuya vejez y lentitud le recordaban el
inexorable paso del tiempo. Cuando sintió la punzada en el corazón, subía en el
ascensor hacia su despacho en la última planta de la torre más alta de Madrid.
Pidió a gritos una nueva oportunidad.
La
respuesta llegó con un inexplicable apagón en el edificio.
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