La
tía Herminia está sumida en una profunda tristeza desde que su novio la
abandonó una tarde de verano. Le confesó que amaba a otra mientras disfrutaban
del día junto al mar, de modo que él se fue por donde había venido, y ella
regresó a casa con todos los bártulos. Fue tal el disgusto, que al llegar se
enroscó sobre sí misma como una caracola y mantuvo su ostracismo durante los
siguientes cuarenta años.
Semejante
abandono de espíritu ha hecho que hoy la parca viniera a buscarla, y al entrar
se llevara por delante el perchero donde seguía colgada la bolsa de la playa,
aún intacta. La toalla ha salido volando, y de ella han caído un kilo de arena,
su corazón roto, los hijos que nunca tuvo, los sueños perdidos, y una enorme
pelota azul que ha golpeado a mi tía en mitad de la frente.
Todos
nos hemos quedado mudos de la impresión. Menos ella, que ha dicho algo sobre
recuperar el tiempo y ha salido camino del paseo marítimo. Ahora nos preocupa
la muerte, que se ha quedado con un palmo de narices y mira de reojo a mi
madre, que parece al borde del colapso.
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