Hemos
aceptado a su amigo invisible como un miembro más de la familia. Parece que eso
ha tranquilizado a nuestra Eva, y también al niño sin nombre. Ahora ya no la
regañamos cuando habla sola, ni rompe juguetes para culparlo a él y llamar la
atención. Como nos indicó la psicóloga, nuestra preocupación desaparecería al
entender que es una etapa pasajera.
Pero
esta noche la he descubierto llorando a escondidas. Dice que odia que se oville
en nuestra cama y nos dé un beso en la mano; que nunca le gustó, y que ya venía
con la casa nueva.
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