Segundo desafío de
mi Travesía Literaria. Seguimos en el mismo Estado, California, pero en este
nuevo viaje la premisa que nos guía es una boda. Es un texto independiente del
anterior, Un tranvía para Ana. Era condición ineludible. Veremos en el futuro a
dónde nos lleva todo esto…
”Thomas Sandler y Caroline Saint-James tienen el
placer de invitarles a su enlace matrimonial, que tendrá lugar el próximo 29 de
septiembre en la hacienda familiar “Real Montealto”, en el Valle de Napa,
California.”
Sofía depositó sobre
su regazo el puñado de antiguas fotos que había estado mirando. Desde la parte
más alta de la colina, sentada bajo el viejo roble, podía contemplar todo el
valle. Entornó los ojos para protegerse de los primeros rayos de sol que
empezaban a rayar el horizonte, y la imagen que surgió parecía detenida en el
tiempo, como una postal. El viñedo se extendía hasta donde la vista alcanzaba,
y ahora, a punto de comenzar la vendimia, aparecía como un espeso entramado
verde que inundaba de frescor el aire y le daba cierto sabor dulzón. Sofía
pensó que no había ningún paisaje en el mundo comparable a aquel lugar.
Cerró los ojos, y el
pensamiento la llevó sesenta años atrás, cuando aquellas tierras recién
cultivadas empezaban a verse inundadas de pequeñas cepas sembradas con extremo
cuidado. Ella apenas contaba dieciocho años cuando llegó junto a su madre,
desde Chile, al Valle de Napa. Su padre, hombre decidido y conocedor del mundo
de la vid, ya había entregado, tiempo antes, su vida entera al
proyecto de otro hombre, el señor Saint-James, propietario de la extensión de
tierra más grande que jamás hubiera visto. Ambos habían vendido su alma a un
solo propósito: convertir aquella tierra en la mejor reserva de vino del mundo.
Nunca imaginó que aquel sueño, que entonces le era tan ajeno, se convertiría en
centro de su universo de la mano de Peter, el hijo del patrón.
La primera vez que sus
miradas se cruzaron, supieron que estarían destinados a compartir sus vidas. Aquel
joven californiano de ojos azules, y diez años mayor que ella, le enseñó a amar
su nueva tierra y conocer todos sus matices. Se enamoraron perdidamente el uno
del otro, pero aquello acarreó un dolor y un sufrimiento a sus familias que
nunca hubieran deseado. Ella era una criatura de piel morena y ojos negros que
recordaba a unos y a otros de dónde provenía. La hija del capataz nunca debía
haber puesto los ojos en un miembro de la familia Saint- James. Peter sufrió
una presión aún mayor por parte de los suyos, y la decisión de alejarlos no se
hizo esperar. Él permanecería en “Real Montealto“, y a ella la enviarían a San
Francisco. Por eso, cuando aquella madrugada fue a buscarla, la encontró en
plena agonía por el dolor de la separación. Se vio arrastrada de su mano hacia
lo alto de la colina y allí, bajo un roble, y en compañía de dos trabajadores
de la hacienda, el padre Samuel los convirtió en marido y mujer.
Aquello había supuesto
el alejamiento temporal de sus familias; no había cabido otra solución para
evitar los conflictos entre ambas partes. Vivieron en San Francisco durante un
tiempo, pero los hijos que llegaron, y el miedo de Saint-James a perder a su
único heredero, les hizo regresar del nuevo al valle. Allí comenzaron una nueva
vida, ligando su sangre a la savia que corría por cada vid de aquella tierra.
Sofía recostó su
cuerpo sobre el grueso tronco y volvió a mirar las fotografías. En una de ellas
aparecía la pequeña Carol en sus brazos. Su adorada nieta. Después de cinco
nietos varones, la llegada de una niña a la familia había llenado de renovada
alegría su corazón de abuela. Quiso el cruel destino arrebatarle a Carol crecer
junto a su madre y, aunque el dolor por la pérdida dejó un hondo vacío en el
corazón de su hijo menor, el tiempo supo curar heridas. Así, mientras el padre
de la niña se dedicaba por entero a gestionar la bodega y promocionar los vinos
de la familia Saint-James, ella tuvo la oportunidad de criar bajo su tutela a
la pequeña. La misma criatura que, treinta años después, había decidido casarse
y celebrar su boda en “Real Montealto”. Por fin una boda en la hacienda. Sofía
sonrió para sí. La segunda.
Carol miraba desde
arriba las guirnaldas de flores blancas y yedra enroscadas alrededor del
pasamanos de la escalinata principal. En el recibidor se habían dispuesto
varios centros, adornados de manera similar, que le conferían a la casa un
aspecto fresco y luminoso. Bajó los escalones de dos en dos, y se dirigió hacia
el porche trasero para supervisar el resto de la decoración. El camino del
jardín estaba delimitado por cintas de raso blanco, anudadas a una hilera de
pilares de columna, que terminaban en el cenador de glicinas. En el interior se
había colocado un arco de emparrado con enormes pámpanos verdes y cuajado de
preciosos racimos de uvas. Debajo, el altar para la ceremonia.
Todavía era temprano,
y no había apenas movimiento por los alrededores. Sin embargo, como en muchas
ocasiones después del amanecer, la abuela venía bajando por el sendero hacia la
casa. Carol la observó con admiración. A pesar de su avanzada edad, remarcada
por su pelo intensamente blanco y el bastón que le servía de apoyo, seguía
teniendo una cadencia majestuosa al andar. Aunque no se parecían físicamente,
ella pensaba que había heredado su temperamento y se sentía profundamente
orgullosa de ello.
—Carol, cariño ¿qué
haces ya despierta? —dijo Sofía, acercándose a ella.
—Tom ha ido a recoger
a sus padres y a su hermana al aeropuerto de San Francisco. He aprovechado para
levantarme también y dar una vuelta.
—Quedará todo
precioso. —La abuela alzó el bastón señalando las carpas repartidas por el
jardín y las mesas a medio montar.
—Sí. Papá ha
contratado a la mejor empresa de festejos para una celebración perfecta
—respondió con cierta sorna.
Sofía la miró con reproche.
—Tu padre sólo quiere
lo mejor para ti. Eres su única hija.
—Lo sé, pero, por
mucho que intenté explicarle que deseaba tener una boda sencilla y familiar, no
conseguí hacerle entender. Cuando le dije que quería celebrarla aquí, me dijo
que él se encargaría de todo. —Carol puso los ojos en blanco—. ¡Por Dios!
Siempre creí que eso era cosa de la novia.
—Ya sabes lo que le
gusta a tu padre tenerlo todo bien atado —dijo en tono conciliador.
—Lo sé, pero tengo la
sensación de que esto se le está yendo de las manos. Ayer me enseñó su lista de
invitados ¡y es más larga que la mía! ¿Puedes creerlo?
La abuela sonrió.
Podía creerlo. Su hijo conocía a medio Estado de California y era un hombre muy
conocido y respetado en el mundo de la viticultura, aunque, pensó borrando por
un instante la sonrisa, a veces podía ser excesivamente intransigente y
dominante.
—Lo importante,
querida Carol, es que no pierdas la ilusión por lo que vas a hacer.
—Eso es imposible,
abuela. Mañana voy a casarme. Y lo voy a hacer con el hombre que quiero.
La joven dejó un beso
sobre la piel morena y arrugada de su abuela. Aspiró suavemente el olor de la
lavanda que había acompañado su infancia, envolviendo cada abrazo que habían
compartido.
Sofía le susurró—:
Solo lamento que tu madre no esté aquí para acompañarte en tu día, mi niña.
—Yo también, abuelita.
Pero ¿sabes?, mañana echaré mucho más en falta la compañía del abuelo.
Sofía asintió en
silencio. También ella iba a sentir profundamente la ausencia de Peter; aunque
en su interior sabía que, donde quiera que estuviera su alma, la estaría
acompañando.
Las dos mujeres
caminaron hacia el interior de la casa, seguidas por la mirada triste de un
joven que permanecía sentado en las escaleras del cenador. Observaba
ensimismado a Carol, que no paraba de sonreír y gesticular moviendo su graciosa
coleta rubia de un lado para otro. Pensó que estaba preciosa. Siempre lo había
pensado, al menos desde aquel verano en que dejaron de jugar a esconderse de
los mayores, subidos a los árboles, y empezaron a compartir confidencias y
emociones más intensas.
La hija de Saint-James
y el hijo del capataz habían sido amigos inseparables. Esperaban cada verano
para regresar de sus respectivos lugares de estudio y encontrarse en aquel
mismo lugar. Luego llegó la universidad, y el señor Saint-James le propuso a su
hija seguir con sus estudios de música en Los Ángeles. Demasiado lejos para
cumplir su promesa de encontrarse en San Francisco, donde los dos habían
decidido estudiar. Ella no pudo renunciar a un futuro tan prometedor, y él lo
comprendió, aunque, secretamente, sabía que aquella decisión repentina de ir
tan lejos no había sido cosa de ella. Recordó cómo su padre los había
sorprendido besándose en el cobertizo el verano anterior. La primera chica a la
que había besado. Y la primera que le había roto el corazón.
—Hola, Gabriel. ¿Puedo
sentarme? —La voz de Carol lo sobresaltó. No la había visto llegar.
—Estás en tu casa
—dijo sin mirarla.
—Te estaba buscando.
De hecho llevo tres días haciéndolo. ¿Me estabas evitando? —inquirió, enarcando
una ceja.
—Sí. —No merecía la pena mentir—. Llevo
esquivándote desde que llegaste.
—Entiendo. ―Carol lo
observó en silencio. La abuela tenía razón, debía haber hablado con él mucho
antes. Parecía abatido y su voz sonaba diferente, más apagada—. Me han dicho
que vas a casarte. —La ironía de sus palabras era evidente—. Espero que te
guste el arco del altar; lo he hecho yo.
Ella miró sus manos, y
vio que las tenía llenas de arañazos y cortes.
—No tenías por qué. Te
has destrozado las manos.―Carol no entendía por qué lo había hecho.
—No te preocupes por
eso, ha sido como una penitencia a mi suprema estupidez —dijo mirándola al fin
a los ojos—. ¿Cuándo pensabas decírmelo?
—No sabía cómo
hacerlo... Gaby, yo… no quería hacerte daño —contestó, incapaz de mantener la
mirada.
—¿Y esperabas que no
me enterara? ¡Maldita sea, Carol! Me paso media vida en casa de tu abuela
ayudando a tu padre y al mío en las tareas de la bodega, ¿y pensabas que era
mejor que lo supiera por ellos?
Se hizo un silencio
frío e incómodo.
—Gaby… estoy enamorada
de Tom —soltó al fin.
—Y yo estoy enamorado
de ti ,Carol —dijo con la mirada perdida—. Es evidente cómo acaba el cuento. Él
gana. Yo pierdo.
—No se trata de ganar
o perder. Es una cuestión de sentimientos. No puedo evitar sentir lo que
siento. ―Y bajando la voz, añadió—: igual que tú. ¿Sabes?, si no te había dicho nada es porque pensé
que, después de haber estado saliendo con él durante un año, y haberlo traído
conmigo las últimas veces que estuve aquí, no iba a ser una sorpresa para nadie
anunciar nuestro compromiso.
—No trato de juzgarte,
Carol.
Él pareció bajar la
guardia por un momento
—En estos últimos años
has salido con distintos chicos que has traído hasta aquí. Todas fueron
relaciones fallidas, y siempre estuve aquí para acompañar tu enfado y tu
frustración. También yo he ahogado mi decepción con otras chicas refugiándome
en ti. Es solo que esta vez también esperaba que fuera solo eso, una relación
más. ¿Recuerdas cuando éramos niños y prometimos no separarnos nunca?
—Solo éramos eso,
Gaby, niños. Las personas cambian, los sentimientos también. Te he querido
muchísimo, aún te sigo queriendo, has sido mi mejor amigo en los momentos más
difíciles de mi vida.
—Pero…
Él parecía saber lo
que venía a continuación.
—Pero él ha despertado
cosas en mí que hasta yo misma desconocía. Compartimos la pasión por la música,
y me hace feliz cada segundo que estamos juntos.
—Es suficiente.
Gabriel se puso en
pie. Claramente, no estaba dispuesto a escuchar nada más.
Esa era justamente la
reacción que Carol intentaba provocar en él. No era el momento de darle falsas
esperanzas, ni siquiera de disculparse por algo que ya había decidido desde el
fondo de su corazón. Gaby debía quitarse la venda de los ojos. Cuanto antes
abriera la herida, antes podría cicatrizarla. Al menos eso esperaba. Si había
alguien a quien deseaba no causarle infelicidad con su boda, era a él. Aunque
algo le decía que el daño ya estaba hecho.
—Espero que seas muy
feliz, Caroline. Sé que cuando alguien te quiere debe alegrarse por tu
felicidad. Siento no poder llegar a tanto. Al menos puedo decirte que Tom me
parece un buen tipo.
Ella entendió que eso
era más de lo que podía esperar.
—¿Vendrás a…?
—No, Carol. No
asistiré a tu boda. Espero que lo comprendas.
Él mantuvo la mirada
fija en los ojos de ella por unos segundos. Nunca más volvería a mirarla así.
Aquello era una despedida, y los dos lo sabían.
Tom ya estaba de
vuelta. Había dejado a sus padres en el hotel, y había regresado a la casa para
echar una mano. Le apetecía estar con Carol. Desde que llegaron al valle,
apenas habían tenido tiempo para hablar. La echaba de menos cada segundo.
Cuando la conoció en
Los Ángeles, un par de años atrás, no imaginaba que aquella chica testaruda,
que tocaba el violín con tanta pasión, iba a romper todos los esquemas de su
vida. Coincidir con ella poco después, dando clases de música en la
universidad, le había permitido conocerla más a fondo. Sus ambiciones, sus
sueños, sus inquietudes; se parecían tanto a los de él… Nunca se había sentido
tan atraído por alguien. La primera vez que le habló de Gaby ya habían empezado
a salir. La presencia constante de su amigo en su vida hizo que un sentimiento
parecido al miedo lo atrapara. No quería perderla. Entonces supo que estaba completamente
enamorado y que, si ella quería, haría cualquier cosa con tal de pasar el resto
de su vida juntos. No tuvo que hacer nada. Ella también lo amaba.
Tom cruzó el vestíbulo
hacia el porche trasero, pero antes de atravesar la puerta, se detuvo. Carol y
Gabriel estaban hablando en un extremo del jardín.
—Buenos días, Tom.
Sofía, que salía de la
cocina, lo había visto parar en seco junto a la puerta.
—Buenos días, Sofía.
Él no pareció
sobresaltarse. Se giró hacia ella, y le ofreció una sonrisa franca.
—¿Se puede saber que
has hecho con tu familia? ―dijo la anciana, intentando desviar su atención.
—Venían algo fatigados
por el vuelo, y han preferido descansar y prepararse para la cena de esta
noche.
—Debían haberse
quedado aquí, les hubiera resultado más cómodo.
—Gracias, Sofía, se lo
agradezco, pero más gente solo le ocasionaría nuevos quebraderos de cabeza. ―Se
quedó observándola un instante―… Y ya
parece bastante cansada.
—Eres un encanto. Ven,
vamos a sentarnos un rato en el salón. Desde que habéis llegado apenas hemos
tenido tiempo de charlar.
Tom pensó que aquel
debía ser un sentimiento generalizado. Le ofreció su brazo y volvió la mirada
hacia el jardín, antes de comenzar a caminar.
—Estarán poniéndose al
día de los últimos acontecimientos —dijo Sofía, refiriéndose a los dos chicos
que hablaban fuera—. Ya sabes que son amigos desde la infancia.
Se acomodaron en el
salón, y Tom le sirvió un poco de agua de la jarra que había sobre la mesa.
—No tiene que
aclararme nada, Sofía —dijo de nuevo sonriendo—. Sé que Carol y él tienen algún
asunto pendiente. Creo que es el momento de que lo resuelvan.
Sofía se alegró
profundamente de que su nieta hubiera hablado con Gabriel de su prometido. El
hecho de que Tom lo tratara con tanta normalidad no hacía sino aumentar su
simpatía por él, y le confirmaba que confiaban el uno en el otro. Observó en
silencio al chico alto y rubio que tenía sentado frente a ella. Lo había visto
en contadas ocasiones pero tenía el pálpito de que era un buen hombre.
—Me alegra ver a mi
nieta tan feliz a tu lado.
—Viniendo de usted puedo
decir que es el mejor cumplido que puede hacerme.
Sé que ha sido como
una madre para Carol. Ella la admira y soñaba con venir a este lugar a celebrar
su boda. Me ha contado lo que significa para usted.
—¿Y qué piensas tú de
eso? ¿Te parece bien?
—Me parece perfecto,
Sofía. Si eso hace feliz a Carol y, por extensión, a quienes la quieren, me
parece una decisión acertada.
—Ella empieza a pensar
que su padre está organizando una boda algo exagerada.
—Lo sé. Esperaba una
boda íntima. Pero creo que quiere demasiado a su padre para decirle nada. —Se
quedó pensativo—. Me hubiera gustado complacerla, pero estoy dejando que ella
tome la decisión. Su hijo, Sofía, tiene fama de ser muy testarudo, y Carol ha
tenido a quien salirle —dijo, riendo.
—Los dos han heredado
mi carácter.
Sofía se encogió de
hombros y dijo, sonriendo:
—Lamento que ese sea
el sello de la familia. ―Cogió con cariño la mano de Tom.
—¿Podrás soportarlo un
día más? ―Él la besó en la mano con suavidad.
—Quiero a Carol y, si
casarme con ella supone también casarme con su familia, lo haré —contestó, guiñándole un ojo—. Creo que podré soportarlo.
En ese momento
escucharon a Carol entrar en la casa y, despidiéndose de la abuela, Tom salió
de la habitación en su busca. La pareja cruzó una mirada cómplice y se alejó de
la mano.
Sofía se sintió
aliviada. Durante un tiempo pensó que su hijo había provocado la separación de
Gabriel y Carol para evitar una relación en ciernes. Recordaba con temor su
propia historia, y temía que su nieta jamás superara ese primer amor que se vio
truncado por la distancia. Sin embargo, había descubierto que finalmente ella
había podido elegir, y que había encontrado en otro hombre el verdadero
significado del amor.
La cena familiar, en
vísperas de una boda, era un acontecimiento ineludible para los Saint-James.
Alrededor de la mesa, donde se habían reunido unos veinte comensales, se oían
risas salpicadas entre el ajetreo de conversaciones cruzadas. Los familiares
del novio habían sido estratégicamente mezclados con la familia de Carol para
favorecer las relaciones entre ambos círculos. Era un buen momento para
conocerse, ya que, por la distancia, no se había realizado la pedida de mano de
manera oficial. El menú, en el que la mayoría de los presentes había
participado, estuvo bañado con los vinos de la bodega familiar. Todos ellos
selectamente escogidos para la ocasión por el padre de la novia.
Robert Saint-James
miró desde un extremo de la mesa a su hija. Parecía feliz. Pudo ver cómo
intercambiaba miradas cómplices con Tom. La abuela también los observaba.
Martin pensó en cuántas cosas tenía que agradecerle a su madre. Había hecho una
gran labor con Carol y reconoció que la alegría que ahora sentía se la debía en
gran medida a ella. Sabía que en algunas ocasiones ella no aprobaba las
decisiones que había tomado respecto a su hija, pero había sabido respetarlas
sin reproches. Intuía que más de uno había calificado de injusta su decisión de
mandar a Carol a estudiar a Los Ángeles; sin embargo, el tiempo y la vida
habían dado la razón a su sentir de padre.
Cuando se hubo servido
el postre, Robert se puso en pie para realizar un brindis.
—Querida familia y
amigos: Es la primera vez que soy el
responsable de hacer un brindis en una ocasión así, y debo decir que me siento
profundamente emocionado. —La fuerza con la que sujetaba su copa revelaba que
ciertamente era así—. Quiero alzar mi copa a la salud de los novios y brindar
por su felicidad. Ojalá que todos sus sueños y proyectos en común se hagan realidad.
―Volviéndose a Tom, prosiguió—: Bienvenido a la familia, hijo. Desde este
momento ya eres parte de nosotros.
―Entonces miró a su hija—. Carol, te quiero y verte feliz es lo único
que desea mi corazón de padre.
Ella sonreía
emocionada.
—¡Por Tom y Carol!
—¡Salud! —brindaron
todos.
Cuando se dirigían al
salón para continuar la velada, Sofía se adelantó para alcanzar a su hijo.
—Robert, ¿podría
hablar contigo un instante en el despacho?
—Claro, mamá. Vamos
—dijo, ofreciéndole su brazo.
—Espera un segundo.
—Sofía le hizo una señal a Tom para que se acercase—. Tom, ¿puedes venir tú también?
Los dos hombres entraron
acompañando a la anciana en el interior de la sala y cerraron la puerta tras de
sí.
El roce de un beso
hizo que Carol saliera de su profundo sueño y despertara. Reconocería aquellos
labios en cualquier parte. De pronto abrió los ojos sobresaltada, mirando a
Tom.
—¡No puedes ver a la
novia antes de la boda! ¡Eso trae mala suerte! —dijo, aturdida.
—Eso lo vamos a arreglar
ahora mismo, preciosa ―dijo, tirando de ella fuera de la cama.
Ella seguía
adormilada. Miró por la ventana y vio que aún no había luz, y lo que más le
sorprendió: él estaba vestido.
—¿Vamos a fugarnos?
—dijo, asustada.
Tom soltó una
carcajada que tuvo que ahogar para no despertar al resto de la casa.
—¿Después de la que
hemos liado con los preparativos? Nos matarían. —Él sostuvo su cara entre las
manos y la besó de nuevo.
Carol no entendía
nada, y lo miraba atónita.
—Confía en mí —dijo en
un susurro—. Ponte tu vestido. Te espero
en el pasillo.
Ella salió enseguida
vestida de novia. Tom se había quedado sin aliento. Parecía un hada con aquel
vestido blanco anudado al cuello y la falda vaporosa. Una lazada verde oscura
anudaba su cintura; igual que la cinta que recogía su pelo hacia atrás.
—¡Los zapatos! ¡No me
los he puesto!
Efectivamente, iba
descalza. Él pensó que aquel detalle era lo que le daba ese aspecto de ser
etéreo. Carol entró a buscarlos. Cuando salió de su dormitorio, el brillo de
sus ojos había cambiado. La lucidez de la vigilia le hizo darse cuenta de lo
que Tom pretendía.
—¡Oh, Tom!, no puedo hacerlo.
¡Sería una auténtica faena para mi padre!
—Lo que sería una
auténtica faena es que despertarais a todo el mundo y os pillaran de esa guisa.
—La voz de Robert Saint-James salía del fondo del pasillo.
—¡Papá! ¿Tú sabías…?
—Ya habrá tiempo para
hablar en la fiesta, cariño ―dijo, besándola en la frente—. Vamos, chicos,
salid ya. Está a punto de amanecer —dijo, apremiándolos.
Tom cogió a la novia
de la mano y, saliendo a paso ligero por la puerta trasera, emprendieron la
subida hacia la colina. Carol tenía el estómago lleno de mariposas, nunca se
había sentido tan feliz. Volvió la vista hacia atrás, reparando en una ventana
de la casa, el dormitorio de su abuela, y lanzó un beso en la distancia.
Sofía permanecía de
pie detrás del cristal observando cómo los dos jóvenes llegaban hasta el viejo
roble. El padre Lucas había sido muy amable atendiendo sus ruegos.
Se sentó en el
confortable sillón de su cuarto, y cerró los ojos, perdida en ensoñaciones.
Volvía a estar junto a Peter, intercambiando sus promesas bajo aquel enorme árbol.
Podía sentir el olor de la tierra y el suave calor de los primeros rayos de sol
acariciándole el rostro.
—Peter… —murmuró.
Apenas sonó como un
susurro.
Que bien se te dan las descripciones, maja!!! Si te llega a tocar un país con más inspiración, nos echas de la liga a la segunda ronda jajaja.
ResponderEliminarA ver que nos depara el siguiente... espero que todo menos un entierro jajajaja los masais no entierran a sus muertos, me veo inventando un entierro o copiandolo de otra tribu y dando gato por liebre...
Felicidades campeonaaaaaa!!!!! ;)
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