Junto al muro del
cementerio había un árbol cargado de avellanas. Los niños solíamos tapar con
ellas los huecos que habían dejado las balas. A mi abuelo lo mataron en ese
lugar cuando, haciendo honor a su juramento hipocrático, decidió volver al
pueblo para atender a sus enfermos; no sospechaba que por ello lo harían
fusilar.
Nunca supe qué agujero
era el suyo; de haberlo sabido, hubiera metido mejor una castaña. La abuela
dice que le gustaban a rabiar. Me contuve porque los demás me habrían plagiado
la idea, y entre todos nos hubiéramos cargado la memorable pared.
La belleza de tu relato, su entrañable fuerza que late en la sangre ya hecha piedra, honra de la mejor forma a tantos y tantos que nunca, ni en el final, se rindieron.
ResponderEliminarMaria, un microrrelato nostálgico que une a dos generaciones de una forma muy original y hasta poética. Esa idea de rellenar agujeros de balas con avellanas o castañas es muy buena.
ResponderEliminarSaludos.