Cuando la marea
nocturna me dejó en la orilla de aquella playa desconocida, decidí arriesgarme
y me adentré en tierra virgen para explorar la exótica naturaleza. Enredé en
mis manos las suaves lianas, y me erigí firme sobre arenas movedizas. Descubrí
parajes de vertiginosas pendientes, y encontré sabores dulces y prohibidos.
De todos los puertos a
los que había arribado anteriormente, ninguno se resistió tanto a mi salvaje
conquista. El hallazgo de una sola amazona cambió el objeto de todas mis
expediciones: una esclava en cada isla, que luego dejaba abandonada. No me
importó caer en la tentación de recibir nuevas lecciones de monta, y me
convertí en un discípulo obediente, hambriento de enseñanza.
Pero, iluso de mí,
cuando llegó el momento de regresar extenuado por tan deliciosa experiencia, ya
no supe encontrar el camino de vuelta. Aún sigo prisionero.
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