Se
observaba desnuda frente al espejo, cuando una punzada en el estómago la hizo
estremecer. «Miedo escénico», pensó.
Él
volvió a llamarla desde el dormitorio; parecía impaciente.
―Nada
ha cambiado para mí ―le había dicho―, puedes estar convencida de eso.
Pero
seguía sumergida en aquella inseguridad que le paralizaba los pies y le
aceleraba el pulso. Al llegar a su lado, él sonreía expectante.
―Solo
dime qué necesitas, amor. Haré lo que me pidas ―insistió.
Abrió
el primer cajón del armario y buscó su
foulard de seda. Quería sentirse cómoda y saber que no habría en su
mirada ni un solo destello de rechazo.
―Con
los ojos vendados ―rogó.
Él
soltó una carcajada de felicidad y se lo retiró de las manos.
―Siempre
me han gustado tus juegos en la cama ―susurró, anudándole con destreza el
pañuelo alrededor de la cabeza.
―Cariño,
creo que no...
Un
beso en los labios cortó la frase antes de que ella pudiera sacarlo de su
error. Entonces comprendió que, en realidad, no importaba. Todo sería como
antes.
Seleccionado y
publicado en la Antología
“Cáncer de mama”, de la Editorial Talento
Comunicación.
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