martes, 9 de noviembre de 2021

Igor A. Normal

(Inspirado en la película «El jovencito Frankenstein»)


Mi padre, Igor Antonio Normal Pérez, era un tipo poco agraciado: de aspecto patibulario, quitahipos y jorobado; con ojos saltones y mirada panorámica. Trabajaba de mancebo en una farmacia regentada por un matrimonio joven, sin otro menester que limpiar y ordenar fórmulas magistrales, porque, de feo que era, el dueño no lo dejaba salir a atender para no incomodar a la clientela. Pero el buen hombre supo gestionar el déficit de hermosura con otra gracia. Y, mientras el farmacéutico despachaba recetas a destajo, él se trajinaba a su mujer en la rebotica con su única lindeza.

Parece ser que de ella heredé mi sonrisa pícara y el bamboleo de mis seductores andares; de padre, huelga decirlo.

Siempre estuve convencido de que algún día donarían su cerebro a la ciencia. O lo otro.

Se me acaba de ocurrir una idea.


 

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